Eran la cinco y las cinco en punto de la tarde. Y el silencio de la tarde soleada, se rompía con el tañido indolente de la
campana como si estuviera rota. Toques lentos y lastimosos, como golpes de paladas de tierra que anunciaban que otro hijo del
pueblo se despedía de su
casa, de su
escuela, de su
iglesia, de sus
campos, de sus
amigos, de sus vecinos y de la
Hermosilla entera.
Te vas, te fuiste compañero. Ahora, tu lugar estará en el
Cielo.