¡PADRE MÍO!
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Yo que cantando viví
amOr, dichas y pesares,
cantarte no aprendí:
que nunca hallé mis cantares
dignos ¡oh padre! de ti.
Hoy que entre escarchas de llanto,
nieves de la vida siento,
a ti se eleva mi canto
como un suspiro que el viento
arrebata a mi quebranto.
Como por ley necesaria,
siempre en el mar muere el río,
mezclados con mi plegaria
van mis cantos ¡pobre mío!
a tu fosa solitaria.
Que, muertas mis alegrías,
disipada mi ilusión
entre eternas agonías,
nido busca el corazón
bajo tus cenizas frías.
Quiere el alma despertar
el recuerdo del ayer,
y palpita al recordar
largas horas de placer
que es imposible borrar.
¡Guardo un desprecio profundo
para ese mundo que ríe
de lo grande y de lo inmundo!
sin que tu mano me guíe,
¡qué de espinas tiene el mundo!
¡Contra la maldad luché!
a toda ventura ajeno,
y en el combate triunfé!
¡Tú me enseñaste a ser bueno,
y así he luchado con fe!
¡En este mar borrascoso,
en vano busco la calma!
¡mas ya no lucho afanoso:
que también se cansa el alma
de combatir sin reposo!
En la humana confusión,
haz que, débil no sucumba
y que al morir la ilusión,
busque y encuentre en la tumba
un rayo de inspiración.
Te pido ¡padre mío!
por las inmensas delicias,
fuentes de santo rocío,
que dejaron tus caricias
en mi corazón sombrío.
Por aquel beso candente
que pusiste al morir,
sobre mi mejilla ardiente
que hizo mi sangre subir.
Por aquel bendito hogar,
cuna de noble placer
que allá en la virtud su altar
y donde aprendí a querer,
y en donde aprendí a rezar.
Y por mi madre querida
que iluminó mi conciencia,
tu compañía escogida
en el bien de tu existencia
y en las penas de la vida.
¡Rayos del edén perdido!
¡recuerdos de dulces años
que no sepulta el olvido
en el mar de desengaños,
donde lucho sumergido!
Tu espíritu vive en mí,
y mi recuerdo constante
con mi llanto te ofrecí;
¡aunque no hay llanto bastante
para verterlo a ti!
Me diste en la religión
el más sagrado consuelo,
y allá torna mi razón:
¡bendíceme desde el cielo,
padre de mi corazón!
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Si a ti mi canto elevé
en alas de mis pesares,
sagrado mi corazón fue;
¡al eco de mis cantares,
haz que despierte mi fe!
Narciso Díaz Escovar.
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