HUERTO
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Paraíso local, creación postrera,
si breve de mi casa;
sitiado abril, tapiada primavera,
donde mi vida pasa
calmándole la sed cuando le abrasa.
Yo, dios y adán, que lo cultivo y riego,
por mi mano y conducto,
de frescor artesiano, su sosiego
recojo su producto,
sus dádivas de miel en usufructo.
De su interior de hojas, por sorpresa,
bien logré esta mañana
el chorro de la luz primera y tiesa
de la cigarra hispana,
y una breva a lo bolsa luto y grana.
Adán por afición, aunque si eva,
hojeo aquí mis horas,
viendo al verde limón cómo releva
de amarillo sus proras,
y al higo verde hacer obras medoras.
Aquí los venenosos perejiles
extreman sus caireles,
parejos al azul de los astiles
de los altos claveles,
espigas injertas en pinceles.
Mi carne, contra el tronco se apodera,
en la siesta del día,
de la vida, del peso de la higuera,
¡tanto! que se diría,
al divorciarlas, que es la carne mía.
Propósitos de cárnicos y aves
celan las frondas, nidos.
Entre las hojas brotan nubes, naves,
espacios reducidos
que a ¡cuanto amor! elevan mis sentidos.
La hoja bien detallada por el cielo,
y el cielo por la hoja,
surten de gracia y paz el aire en celo,
que cuando se le antoja
arrecia ramas, luz de cielo afloja.
Para acallar el grito del deseo,
del sitio donde yerra,
el fruto chino, el árabe y guineo,
da suicidado en tierra,
creciendo en paz y madurante en guerra.
Oigo como se azuzan los corrales
los catos de sus gallos.
Geranios, por los rojos criminales,
demuestran en sus tallos
que son de aquellos émulos, vasallos.
El canario en la tapia gargantea
la isla de que procede:
en la púa que el trino cirinea,
ayuda le concede,
quiere callar limón, pero no puede.
Aquí le doy para que cante fino,
corazón de lechuga
- ¡qué ensalada! de alpiste, troncho y trino.
Y mientras tanto arruga
la frente al fruto tanta luz verduga.
Miguel Hernandéz.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-. -.-.-
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Paraíso local, creación postrera,
si breve de mi casa;
sitiado abril, tapiada primavera,
donde mi vida pasa
calmándole la sed cuando le abrasa.
Yo, dios y adán, que lo cultivo y riego,
por mi mano y conducto,
de frescor artesiano, su sosiego
recojo su producto,
sus dádivas de miel en usufructo.
De su interior de hojas, por sorpresa,
bien logré esta mañana
el chorro de la luz primera y tiesa
de la cigarra hispana,
y una breva a lo bolsa luto y grana.
Adán por afición, aunque si eva,
hojeo aquí mis horas,
viendo al verde limón cómo releva
de amarillo sus proras,
y al higo verde hacer obras medoras.
Aquí los venenosos perejiles
extreman sus caireles,
parejos al azul de los astiles
de los altos claveles,
espigas injertas en pinceles.
Mi carne, contra el tronco se apodera,
en la siesta del día,
de la vida, del peso de la higuera,
¡tanto! que se diría,
al divorciarlas, que es la carne mía.
Propósitos de cárnicos y aves
celan las frondas, nidos.
Entre las hojas brotan nubes, naves,
espacios reducidos
que a ¡cuanto amor! elevan mis sentidos.
La hoja bien detallada por el cielo,
y el cielo por la hoja,
surten de gracia y paz el aire en celo,
que cuando se le antoja
arrecia ramas, luz de cielo afloja.
Para acallar el grito del deseo,
del sitio donde yerra,
el fruto chino, el árabe y guineo,
da suicidado en tierra,
creciendo en paz y madurante en guerra.
Oigo como se azuzan los corrales
los catos de sus gallos.
Geranios, por los rojos criminales,
demuestran en sus tallos
que son de aquellos émulos, vasallos.
El canario en la tapia gargantea
la isla de que procede:
en la púa que el trino cirinea,
ayuda le concede,
quiere callar limón, pero no puede.
Aquí le doy para que cante fino,
corazón de lechuga
- ¡qué ensalada! de alpiste, troncho y trino.
Y mientras tanto arruga
la frente al fruto tanta luz verduga.
Miguel Hernandéz.
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