HORTIGUELA: HIMNO A LAS ESTRELLAS...

HIMNO A LAS ESTRELLAS
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A vosotras, estrellas
alza el vuelo mi pluma temerosa,
del piélago de luz ricas centellas;
lumbre que enciende triste y dolorosa
a las exequias del difunto día,
huérfana de luz la noche fría;
ejército de oro
que, por campañas de záfir marchando,
guardáis el trono del eterno coro
con diversas escuadras militando;
argos divino de cristal y fuego.
señas esclarecidas
que, con llama parlera y elocuente,
por el mundo silencioso repartidas,
a la sombra servís de voz ardiente;
pompa que da la noche a sus vestidos,
letras de luz, misterios encendidos.
De la tiniebla triste,
preciosas joyas, y del sueño helado,
galas, que en competencia del sol viste;
espías del mundo recatado,
fuentes de luz para animar el suelo,
flores lucientes del jardín del cielo.
Vosotras de la luna
familia relumbrante, ninfas claras,
cuyos pasos arrastran la fortuna,
con cuyos movimientos mudan caras,
árbitros de la paz y de la guerra,
que en ausencia del sol, regís la tierra
vosotras, de la suerte
dispensadores luces tutelares,
que dais la vida, que acercáis la muerte,
mudando de semblante, de lugares;
llamas que habláis con doctos movimientos,
cuyos trémulos rayos son acentos;
vosotras que enojadas
a la sed de los surcos y sembrados,
la bebida negáis, o ya abrasadas
dais en ceniza el pasto a los ganados,
y si miráis benignas y clementes,
el cielo es labrador para las gentes;
vosotras cuyas leyes
guarda observante el tiempo en toda parte,
si os aborta Saturno, Jove o Marte
ya fijas vais, o ya lleváis delante
por lúbricos caminos greña errante;
si amasteis en la vida,
y ya en el firmamento estaís clavadas,
pues la pena de amor nunca se olvida,
y aun suspiráis en signo transformadas,
con Amarilis, ninfa la más bella,
estrellas ordenad, que tenga estrella.
Si entre vosotras una
miró sobre el parto y nacimiento,
y el día se encargó desde la cuna,
dispensando su acción, su movimiento;
pedidla, estrellas, a cualquiera que sea,
que la incline siquiera a que me vea.
Yo, en tanto desatado
en humo, rico aliento de Pancaya,
haré qué peregrino y abrasado,
en busca vuestra por los aires vaya:
rescataré del sol la lira mía,
y empezaré a cantar muriendo el día.
Las tenebrosas aves,
que el silencio embarazan con gemido,
volando torpes y cantando graves,
más agüeros que tonos l oido,
para adular mis ansias y mis penas,
ya mis musas serán, ya mis sirenas.

Francisco de Quevedo.
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