SALMO
=====
¿Hasta cuando, Dios mío,
te olvidaras de mí para valerme
con tu gran poderío
sin que he de perderme,
y apartarás tu rostro por no verme?
¿Hasta cuándo, ¡ay!, perdida
tardaré en consultar el enmendarme,
y de tan triste vida
podré desenredarme,
y a tu manada, ¡oh gran Señor, tornarme?
¿Cuándo será aquel día
que el corazón descanse en tu duelo,
y el alma tibia y fría,
deshecho ya su duelo,
se abrace en amor tuyo, ¡oh Rey del Cielo?
¿Hasta cuándo conmigo,
¡ay alma desdichada!, en mi despecho,
mi sangriento enemigo
se ensalzará en su lecho,
robando los despojos de mi pecho?
Vuelve esos claros ojos
y rompe ese nublado con su lumbre,
y arranca los abrojos
de la vieja costumbre
del vicio: ¿Tú que moras en la cumbre?
¡Óyeme, Señor mío,
Dios mío, pues te llamo; y de tu cielo
quebrantará el brazo y brío
del príncipe del suelo
que esparce del pecado el mortal hielo!
Alumbra los mis ojos,
porque jamás la sombra de la muerte
apañe mis despojos,
y el enemigo fuerte
diga:"Prevalecí, no hay defenderte".
No tengan tal contento
los que traen mi alma atribulada,
ni salgan con sus intentos;
que esta gente malvada,
se alegrará, con verme destrozada.
Mas yo, mí Dios, espero
en tu misericordia, que es el puerto,
do el roto marinero
halla el remedio cierto;
¡Piedad!, Señor, socorre un pecho muerto!
Pedro Malón de Chaide
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¿Hasta cuando, Dios mío,
te olvidaras de mí para valerme
con tu gran poderío
sin que he de perderme,
y apartarás tu rostro por no verme?
¿Hasta cuándo, ¡ay!, perdida
tardaré en consultar el enmendarme,
y de tan triste vida
podré desenredarme,
y a tu manada, ¡oh gran Señor, tornarme?
¿Cuándo será aquel día
que el corazón descanse en tu duelo,
y el alma tibia y fría,
deshecho ya su duelo,
se abrace en amor tuyo, ¡oh Rey del Cielo?
¿Hasta cuándo conmigo,
¡ay alma desdichada!, en mi despecho,
mi sangriento enemigo
se ensalzará en su lecho,
robando los despojos de mi pecho?
Vuelve esos claros ojos
y rompe ese nublado con su lumbre,
y arranca los abrojos
de la vieja costumbre
del vicio: ¿Tú que moras en la cumbre?
¡Óyeme, Señor mío,
Dios mío, pues te llamo; y de tu cielo
quebrantará el brazo y brío
del príncipe del suelo
que esparce del pecado el mortal hielo!
Alumbra los mis ojos,
porque jamás la sombra de la muerte
apañe mis despojos,
y el enemigo fuerte
diga:"Prevalecí, no hay defenderte".
No tengan tal contento
los que traen mi alma atribulada,
ni salgan con sus intentos;
que esta gente malvada,
se alegrará, con verme destrozada.
Mas yo, mí Dios, espero
en tu misericordia, que es el puerto,
do el roto marinero
halla el remedio cierto;
¡Piedad!, Señor, socorre un pecho muerto!
Pedro Malón de Chaide
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