SOBRE LAS OLAS
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¡No toques ese vals: cierra el piano!
No broten nunca de tu blanca mano
esas notas que invitan a llorar;
pues me parece ver sepulcros fríos,
estar ausente de los seres míos,
muy lejos de la patria y del hogar.
No sé por qué se oprime mi cabeza,
no sé de donde viene esa tristeza
y ese penoso e indecible afán,
que siento cuando raudas plañideras
van pasando esas notas extranjeras,
cual aves que arrebatan el huracán.
Cada compás que de tu mano brota,
cada son que se escapa, cada nota,,
es para mí un gemido. un clamor:
paréceme mirar casas vacías,
oír cadenas que se arrastran frías
y lamentos de angustia y de dolor.
¡Ver me parece el huerto abandonado,
secas las flores por el cierzo helado,
confundidos los pétalos rodar,
la tempestad bramando en lontananza,
y el náufrago luchando en alta mar!...
No broten esas notas de tus manos,
quejidos de dolor, ayes lejanos;
pues me imagino errante el trovador,
los dioses por el suelo. el templo abierto,
la madre abandonada, el hijo muerto,
el humo y el cañón del vencedor!...
Deja que duerma ¡oh pública belleza,
en el fondo del alma la tristeza,
como en las hondas simas del volcán;
no me hagas recordar con esas notas
el can sin dueño, las cabañas rotas,
y los niños desnudos y sin pan!...
Al oír ese vals ¡ay! me imagino
ver flotando el cadáver de un marino:
sobre las aguas lóbregas del mar,
semeja un ave herida que aletea
o el campanario de la humilde aldea
doblando por un alma al expirar!
No suenes esas notas, niña hermosa;
tus finos dedos de alabastro y rosa
no lastimen el alma por favor,
que no es por cierto, niña tu destino
herir como la espina del camino
torturar como cruel inquisidor.
Guarda ese vals, remedo de agonía,
para cuando el goce y la alegría
te arrastre el torbellino en grato afán:
él te hará recordar en tus placeres
que en el mundo hay dolor, miseros seres,
infelices desnudos y sin pàn.
Ezquiel Bujanda.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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¡No toques ese vals: cierra el piano!
No broten nunca de tu blanca mano
esas notas que invitan a llorar;
pues me parece ver sepulcros fríos,
estar ausente de los seres míos,
muy lejos de la patria y del hogar.
No sé por qué se oprime mi cabeza,
no sé de donde viene esa tristeza
y ese penoso e indecible afán,
que siento cuando raudas plañideras
van pasando esas notas extranjeras,
cual aves que arrebatan el huracán.
Cada compás que de tu mano brota,
cada son que se escapa, cada nota,,
es para mí un gemido. un clamor:
paréceme mirar casas vacías,
oír cadenas que se arrastran frías
y lamentos de angustia y de dolor.
¡Ver me parece el huerto abandonado,
secas las flores por el cierzo helado,
confundidos los pétalos rodar,
la tempestad bramando en lontananza,
y el náufrago luchando en alta mar!...
No broten esas notas de tus manos,
quejidos de dolor, ayes lejanos;
pues me imagino errante el trovador,
los dioses por el suelo. el templo abierto,
la madre abandonada, el hijo muerto,
el humo y el cañón del vencedor!...
Deja que duerma ¡oh pública belleza,
en el fondo del alma la tristeza,
como en las hondas simas del volcán;
no me hagas recordar con esas notas
el can sin dueño, las cabañas rotas,
y los niños desnudos y sin pan!...
Al oír ese vals ¡ay! me imagino
ver flotando el cadáver de un marino:
sobre las aguas lóbregas del mar,
semeja un ave herida que aletea
o el campanario de la humilde aldea
doblando por un alma al expirar!
No suenes esas notas, niña hermosa;
tus finos dedos de alabastro y rosa
no lastimen el alma por favor,
que no es por cierto, niña tu destino
herir como la espina del camino
torturar como cruel inquisidor.
Guarda ese vals, remedo de agonía,
para cuando el goce y la alegría
te arrastre el torbellino en grato afán:
él te hará recordar en tus placeres
que en el mundo hay dolor, miseros seres,
infelices desnudos y sin pàn.
Ezquiel Bujanda.
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