SIRENA
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Yo te contemplo con celos.
Te vi hace poco en la playa,
sobre las blancas arenas
muéllemente recostada.
El sol besaba tu rostro
y tu cuerpo bronceaba,
envidiando receloso
de tus pupilas la gracia.
El fresco airecillo osado,
con su brisa resalada,
acariciaba tus carnes
y con tus rizos jugaba.
¡Qué celos me daba el sol!
¡Qué envidia el viento me daba!
Llegó una ola rugiente,
quebrando tu cresta blanca.
Muerta y deshecha de furia,
desade lejos concentrada,
se acercó hasta tí quedita
y un beso estampó en tus plantas.
Quietud en la arena,
las olas bramaban,
cantaban las aves,
reinaba la calma.
Los cuerpos se hacían de acero;
de oro se hacían las almas.
La alfombra feliz y suave
de arenas albidoradas
que ofreciéndote dichosas,
blanco lecho y almohada,
mejor que todos sabía
de estas firmezas galanas,
parece que a los latidos
de tu corazón de plata,
motor de suaves suspiros
y morbideces de nácar,
por no ser menos gentil
que el sol, la brisa y las aguas,
se escalofrió de gozo
y esponjó sus arena cálida.
Mientras, allá no muy lejos,
sobre la mar azulada,
mil sirenas envidiosas
fijamente te miraban,
heridas al verte a tí
reina del mar y las playas.
Quietud en la arena,
las olas braman,
cantabas las aves,
canciones rimadas.
Todos por tí se morian:
yo por tí, ya muerto estaba.
¡Quién fuera sol para darte
besos de luz y alborada!
¡Qién vientcillo dichoso,
para acariciar tu cara!
¡Quién fuera en fin pajarillo,
que en trinos tu amor cantara,
y las olas y blancas arenas
en que tú te recostaras!
Ambrosio Marijuán Romero.
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Yo te contemplo con celos.
Te vi hace poco en la playa,
sobre las blancas arenas
muéllemente recostada.
El sol besaba tu rostro
y tu cuerpo bronceaba,
envidiando receloso
de tus pupilas la gracia.
El fresco airecillo osado,
con su brisa resalada,
acariciaba tus carnes
y con tus rizos jugaba.
¡Qué celos me daba el sol!
¡Qué envidia el viento me daba!
Llegó una ola rugiente,
quebrando tu cresta blanca.
Muerta y deshecha de furia,
desade lejos concentrada,
se acercó hasta tí quedita
y un beso estampó en tus plantas.
Quietud en la arena,
las olas bramaban,
cantaban las aves,
reinaba la calma.
Los cuerpos se hacían de acero;
de oro se hacían las almas.
La alfombra feliz y suave
de arenas albidoradas
que ofreciéndote dichosas,
blanco lecho y almohada,
mejor que todos sabía
de estas firmezas galanas,
parece que a los latidos
de tu corazón de plata,
motor de suaves suspiros
y morbideces de nácar,
por no ser menos gentil
que el sol, la brisa y las aguas,
se escalofrió de gozo
y esponjó sus arena cálida.
Mientras, allá no muy lejos,
sobre la mar azulada,
mil sirenas envidiosas
fijamente te miraban,
heridas al verte a tí
reina del mar y las playas.
Quietud en la arena,
las olas braman,
cantabas las aves,
canciones rimadas.
Todos por tí se morian:
yo por tí, ya muerto estaba.
¡Quién fuera sol para darte
besos de luz y alborada!
¡Qién vientcillo dichoso,
para acariciar tu cara!
¡Quién fuera en fin pajarillo,
que en trinos tu amor cantara,
y las olas y blancas arenas
en que tú te recostaras!
Ambrosio Marijuán Romero.
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