HORTIGUELA: MUERTE DEL TORO...

MUERTE DEL TORO
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Al clavar de los dardos incendiados
y agitación frenética del toro
la multitud atónita se embebe,
como en el circo la romana plebe,
atenta, reprobaba, o aplaudía
el gesto, el ademán y la mirada
con que la arena ensangrentada
el moribundo gladiador caía.

Suena el clarín, y del sangriento drama
se abre el acto final, cuando a la arena
desciende el matador, y al fiero bruto
osado llama, y su furor provoca.
Él, arrojando espuma por la boca,
con la vista devórale, y el suelo
hiere con duro pie; su ardiente cola
azota los ijares, y bramando
se precipita... El matador, sereno,
ágil se esquiva, y el agudo estoque
le esconde hasta la cruz dentro del seno.

Párase el toro y su bramido expresa
dolor, profunda rabia y agonía.
En vano lucha con la muerte impía;
quiere vengarse aún, pero la fuerza,
con la caliente sangre que derrama
en gruesos borbotones, le abandona,
y entre el dolor frenético y la ira,
vacila, cae y rebramando expira.

Sin honor el valiente arrastrado
en bárbaro triunfo: yertos y flojos
vagan los fuertes pies, turbios los ojos
en que ha un momento centellear se veía,
tal ardimiento, fuerza y energía;
y por el polvo vil huye arrastrado,
el cuello, que tal vez bajo el arado
era de alguna rústica familia
útil sostenedor. En tanto el pueblo
con tumulto alegrísimo celebra
del gladiador estúpido la hazaña.
¡Espectáculo atroz, mengua de España!

José María de Heredia.
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