UN RAMO DE CLAVELES Y AZUCENAS
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Un ramo de claveles y azucenas
me pusiste en la mesa que escribía;
Dios, renumerador de acciones buenas,
te pagué la merced, dulce hija mía
como al enfermo a quien la fiebre mata.
El fresco mananntial; cual los fulgores
del sol al ciego, para mí fue grata
la bendita limosna de esas flores.
Miro sobre mi mesa amontonados
el viejo infolio de pesada glosa,
los librejos del día aún no cortados,
el vulgar expediente, ¡horrenda prosa!
la carta insulsa, el memorial prolijo,
el libelo procaz, de amargas hieles,
y entre el fárrago aquél ¡oh regocijo!
tu ramo de azucenas y claveles.
El me dice: ¡Alegría! ¡Primavera!
¡Efluvios del jardin! ¡luz de la aurora!
¡soplo vital que al mundo regenera!
¡Naturaleza siempre creadora!
Mi espíritu, rendido bajo el peso
de insoluble cuestión, de acerba duda;
mi desmayado corazón, opreso
por la cantinela de la vida ruda:
Mi orgullosa conciéncia a la que llamo,
y en el trance fatal hallo indecisa,
cálmanse todos al mirar el ramo
do pusistes tu amor y tu sonrisa.
Mi ser inunda el bienhechor aroma
purificando el alma, y al instante,
como sol puesto al instante asoma.
La perdida ilusión surge al triunfante.
Brilla a mis ojos plácida alborada,
y llena con sus trinos hechiceros,
mi fantasía, salva enmarañada,
un tropel de calandrias y jilgueros.
Teodoro Llorente.
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Un ramo de claveles y azucenas
me pusiste en la mesa que escribía;
Dios, renumerador de acciones buenas,
te pagué la merced, dulce hija mía
como al enfermo a quien la fiebre mata.
El fresco mananntial; cual los fulgores
del sol al ciego, para mí fue grata
la bendita limosna de esas flores.
Miro sobre mi mesa amontonados
el viejo infolio de pesada glosa,
los librejos del día aún no cortados,
el vulgar expediente, ¡horrenda prosa!
la carta insulsa, el memorial prolijo,
el libelo procaz, de amargas hieles,
y entre el fárrago aquél ¡oh regocijo!
tu ramo de azucenas y claveles.
El me dice: ¡Alegría! ¡Primavera!
¡Efluvios del jardin! ¡luz de la aurora!
¡soplo vital que al mundo regenera!
¡Naturaleza siempre creadora!
Mi espíritu, rendido bajo el peso
de insoluble cuestión, de acerba duda;
mi desmayado corazón, opreso
por la cantinela de la vida ruda:
Mi orgullosa conciéncia a la que llamo,
y en el trance fatal hallo indecisa,
cálmanse todos al mirar el ramo
do pusistes tu amor y tu sonrisa.
Mi ser inunda el bienhechor aroma
purificando el alma, y al instante,
como sol puesto al instante asoma.
La perdida ilusión surge al triunfante.
Brilla a mis ojos plácida alborada,
y llena con sus trinos hechiceros,
mi fantasía, salva enmarañada,
un tropel de calandrias y jilgueros.
Teodoro Llorente.
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