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HORTIGUELA: EL REGRESO...

EL REGRESO
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Entro de nuevo en el paisaje. Torna
mi ardiente corazón, como la acacia
que el viejo rancho el campesino adorna,
a florecer a la estación risueña
y a sonreír a la celeste gracia
de la tarde aragüeña.

En la sereninad areste y clara
que envía a la ciudad el campo para
saludar al ausente, hay un celaje,
como un blanco pañuelo que agirtara
una mano invisible en el paisaje;
y en cada rama verde y florecida,
que el ala finge ser de una bandera,
al sol y al viento en el azul tendida,
parece que me diera:
un saludo cordial de Primavera
y un abrazo de mujer la bienvenida.

Y como los domingos la rapaza,
o cuando está de fiesta la alegría,
su pintoresco traje de zaraza,
hoy luce el campo sus alegres ropas,
y un zagalejo la aldeana plaza
-en la primaveral gloria del día-
con grandes flores rojas en las copas
sangrientes del bucare y del maría.
¡Oh san Isidro labrador, oh! santo
del rústico sombrero de cogollo
que echas sobre la tierra un verde manto
y enciendes en cada árbol un pimpollo;
tú que protejes las humildes chozas
y has colmado tu cántaro labriego
para verterlo en campesino riego,
tras el fiero mordisco de las rozas,
sobre la sed de los rastrojos, luego:
tú que del rijo del verano alivias
la siembras y hacer prosperar las zubias
que corren frescas en las horas tibias:
oye mi ruego campesino, en tanto
que unces a tarda yunta de los bueyes;
mientras juegan, ¡oh santo!, a los albures
celestes de tus ojos,
que vierten como un llanto,
la cristalina suerte de las lluvias
en la nostalgia azul de los jagüeyes
sus dorados racimos de cambures,
los cafetales sus tributos rojos
y sus maices sus espigas rubias.

Deja que abra los brazos al ensueño
y al odio, como un Cristo, en la irrisoria
colina de la sediente lontananza
al molino de la gloria...
Yo cultivo mi campo, un aragüeño
campo, que en un ensueño de victoria,
y en secreto cultivo una esperanza.

¡Oh amigos que enroscáis un alma fea
en torno a mi vida y de mi ensueño,
como un Laoconte de basalto:
yo sé que entre vosotros y el risueño
paisaje se alcanza como una idea,
-lo más noble quizás y lo más alto-
la torre de la aldea.

Si tornadiza la ciudad me niega
lauros y rosas que segó mi hastio
en su jardín de cortesana griega,
a una blanca amistad siempre sonrío:
yo soy el hijo pródigo, amor mío
de la casa labriega,
el cantor de la gloria y el que pudo
esculpir, como un Término barbudo,
junto a la clara fuerza de su río
la piedra nobiliaria del escudo.

Sergio Medina.
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