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HORTIGUELA: A LA NOCHE...

A LA NOCHE
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El Ángel de la tarde en la pradera
con un beso de paz durmió las flores,
y del bosque los dulces trovadores
le entonaron su cántiga postrera.

Huyó la luz... Las sílfides nocturnas
rápidas cruzan el dormido viento,
y vierten sobre el mundo soñoliento
el opio blando de sus negras urnas.

Huyo la luz... sobre sus blancas huellas
el Ángel de la noche se adelanta
y sobre el éter diáfano levanta
su toldo azul de pálidas estrellas.

El mar, la fuente, el pájaro salvaje,
la blanda brisa, el ronco torbellino
cuando empiezas, ¡oh, noche! tu camino,
a su modo te rinden homenaje.

No es por guardar el sueño de la tierra
que se apaga el bullicio entre la sombra:
es porque envuelto en su gigante alfombra
desciende el Dios que su misterio encierra.

Y esa inefable paz que nos regala
la inercia noctural de los sentidos;
ese coro en de mágicos sonidos
que en la callada atmósfera resbala;

Son un don celestial, un don querido,
que encontramos los hombres en la cuna
para endulzar las horas sin fortuna
que atosigan el pecho dolorido.

Entonces en el cáliz de los lirios
las almas de las vírgenes se mecen
y aspirando su aroma se adormecen,
en celestes y púdicos lirios.

Tal vez en sus sueños vaporosos
el recuerdo del mundo las despierta,
y oyen un ángel que les dice. " ¡Alerta!"
y vuelven a sus nichos misteriosos.

Esas gotas de límpido rocío
que ornan del valle el manto de esmeraldas,
lágrimas son que derramó en su falda,
un espíritu errante en el vacío.

Tal vez al levantarse en el Oriente
el alba de su lecho de jazmines,
alumbra de sus blancos serafines
la fugitiva nube transparente.

Tal vez murmurara entre la brisa mansa
el oro de las arpas celestiales
cuando el bando de los genios inmortales
a su mansión beatífica se avanza.

Yo sé tan sólo, ¡oh noche!, que es tu imperio
la soledad augusta y religiosa
que eres la Virgen pura y misteriosa
que llora de la luz el cautiverio.

Y sé que los quejidos que derrama
la vieja ceiba de despedir su hojas
el eco errante son de tus congojas
que resbala fugaz de rama en rama.

Y sé también que el pájaro salvaje,
la fresca brisa, el ronco torbellino,
cuando emprendas tu lóbrego camino,
a su modo te rinden homenaje.

Mas yo el arpa tomé... Tal vez mi canto
interrumpió tu majestuosa calma...
¡Noche... perdón!, si en tu delirio el alma
profanó tu silencio augusto y santo.

Abigail Lozano.
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