TARDE EN CASTILLA
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Llanura y sol. El automóvil corre.
Caliente olor de pan en las rubias eras.
Un bardal, unas casas y una torre.
Fresco aroma del heno en las riberas.
Un mozo enjuto, de perfil romano,
el áureo trigo del parvero avienta;
una yunta corona el altozano,
enorme y parda ante la luz sangrienta.
El silbo de un zagal se escucha lejos.
Suena-paz y dulzor- temblona esquila.
Tórnanse de abrevar cutrales viejos,
y en los hocicos el cristal rehila.
Tramonta el sol: la lumbrarada rosa
tíñese de fulgor iridiscente,
y en el aire se cierne la angustiosa
duda, cortejo de luz nutriente.
¿A dónde van los pensamientos míos?
¿Ciegos han de estrelllarse en la agria sierra?
¿O darán en su mar, como los ríos
ondulantes de amor sobre la tierra?
¡Y este deseo que en nosotros arde,
ansia inextinta de humanales siervos!
En el azul-acero de la tarde,
de retornal pinar, gañen los cuervos.
Enrique de Mesa.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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Llanura y sol. El automóvil corre.
Caliente olor de pan en las rubias eras.
Un bardal, unas casas y una torre.
Fresco aroma del heno en las riberas.
Un mozo enjuto, de perfil romano,
el áureo trigo del parvero avienta;
una yunta corona el altozano,
enorme y parda ante la luz sangrienta.
El silbo de un zagal se escucha lejos.
Suena-paz y dulzor- temblona esquila.
Tórnanse de abrevar cutrales viejos,
y en los hocicos el cristal rehila.
Tramonta el sol: la lumbrarada rosa
tíñese de fulgor iridiscente,
y en el aire se cierne la angustiosa
duda, cortejo de luz nutriente.
¿A dónde van los pensamientos míos?
¿Ciegos han de estrelllarse en la agria sierra?
¿O darán en su mar, como los ríos
ondulantes de amor sobre la tierra?
¡Y este deseo que en nosotros arde,
ansia inextinta de humanales siervos!
En el azul-acero de la tarde,
de retornal pinar, gañen los cuervos.
Enrique de Mesa.
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