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HORTIGUELA: DE LA NIEVE...

DE LA NIEVE
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Dame, Dorila un vaso
lleno de dulce vino,
que sólo en ver la nieve
temblando estoy de frío.
Ella en sueltos vellones
por el aire tranquilo
desciende, y cubre el suelo
de fúlgidos armiños.
¡Oh! ¡cómo al verla agrada,
de esta choza al abrigo,
deshecha en copos leves
bajar con lento giro!
Los árboles del peso
se inclinan oprimidos
y alcorza delicado
parecen en el brillo.
Los valles y laderas,
de un velo cristalino
cubiertos disimulan
su mustio desabrigo,
mientras el arroyuelo,
con nuevas aguas rico,
saltando bullicioso
se burla de los grillos.
Sus surcos y trabajos
ve el rústico perdidos,
y triste no distingue
su campo del vecino.
Las aves enmudecen
medrosas en el nido
o buscan de los hombres
el más seguro asilo,
y el tímido rebaño
con débiles balidos
demanda su sustento
cerrado en el aprisco.
Por la nieve crece,
y en denso torbellino
la agita con sus soplos
el aquilón maligno.
Las nubes se amontonan,
y el cielo de improviso
se empolva pavoroso
de un velo sombrío.
Dejémosla que caiga,
Dorila, y bien bebidos
burlemos sus rigores
con nuevos regocijos.
Bebamos y comamos,
que ya el abril florido
vendrá en las blandas alas
del céfiro benigno.
Teje, Dorila, teje
de pámpanos y flores
téjeme una guirnalda
con las sienes orne.
Tráeme el dulce vino
la copa que rebose,
y la lira suave
con que te canto amores,
si quieres que a la sombra
de este parral repose
sin que la siesta tema
ni sienta sus ardores.

Juan Meléndez Valdés.
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