EL NIÑO Y EL SAUCE
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Un muchacho de una aldea
iba al río cada día
ensayábase en nadar
sin dejar nunca la orilla.
Si sus brazos flaqueaban
o sus pies se entumecían,
allí estaba el verde sauce
que sus ramas le tendía
y le ayudaba a salir
de las ondas cristalinas.
Un día el niño, nadando
allá en la esclusa vecina,
vió flotar una manzana
hermosísima, exquisita,
que de lejanos vergeles
la corriente conducía;
manzana que en grato olor
embalsamaba la brisa.
El niño préndose de ella;
va en su busca, quiere asirla,
y al tocarla se le escapa,
sumergiéndose en las ninfas,
después torna a aparecer
a lo lejos, más bonita,
y el imprudente rapaz
también torna a perseguirla.
Parece que la manzana,
para perderle le hechiza;
parece que se complace,
con sus idas y venidas,
en avivar sus deseos
y en acrecer sus fatigas.
Mirad, mirad al muchacho:
sus fuerzas se debilitan.
¡Se ahoga ya...! ¡Va a morir!
¡y esta lejos de la orilla!
- ¡Socorro!-el infeliz clama-
¡socorro!, Virgen María
Y solamente responden
a sus voces afligidas
el murmullo de las aguas,
los rumores de las brisas-
¡Ay, criatura desdichada!
¿por qué expusiste la vida?
¿qué hará en el mundo sin ti
tu pobre madre querida?
¡Va a morir!... Mas no, esperad.
El niño tiende la vista
hacia el punto donde el sauce
blándamente se mecía,
y al verle recobra entonces
su valor, se reanima,
y haciendo un supremo esfuerzo
y entre luchas infinitas,
jadeante de cansancio,
va acercándose a la orilla.
Cuando se apresta a tocarla,
cuando ya en su pecho brilla
un destello de esperanza,
el niño otra vez peligra,
pero el sauce protector
sus tiernas ramas inclina
ayudándole a salir
de las aguas cristalinas.
Puesto que es salvo ya en la playa,
mientras sus ojos abría
y daba gracias al cielo,
oyó una voz que decía:
La manzana es el placer,
el hondo río es la vida,
y ese sauce tutelar
es el amor de María.
Jacinto Sala.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-
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Un muchacho de una aldea
iba al río cada día
ensayábase en nadar
sin dejar nunca la orilla.
Si sus brazos flaqueaban
o sus pies se entumecían,
allí estaba el verde sauce
que sus ramas le tendía
y le ayudaba a salir
de las ondas cristalinas.
Un día el niño, nadando
allá en la esclusa vecina,
vió flotar una manzana
hermosísima, exquisita,
que de lejanos vergeles
la corriente conducía;
manzana que en grato olor
embalsamaba la brisa.
El niño préndose de ella;
va en su busca, quiere asirla,
y al tocarla se le escapa,
sumergiéndose en las ninfas,
después torna a aparecer
a lo lejos, más bonita,
y el imprudente rapaz
también torna a perseguirla.
Parece que la manzana,
para perderle le hechiza;
parece que se complace,
con sus idas y venidas,
en avivar sus deseos
y en acrecer sus fatigas.
Mirad, mirad al muchacho:
sus fuerzas se debilitan.
¡Se ahoga ya...! ¡Va a morir!
¡y esta lejos de la orilla!
- ¡Socorro!-el infeliz clama-
¡socorro!, Virgen María
Y solamente responden
a sus voces afligidas
el murmullo de las aguas,
los rumores de las brisas-
¡Ay, criatura desdichada!
¿por qué expusiste la vida?
¿qué hará en el mundo sin ti
tu pobre madre querida?
¡Va a morir!... Mas no, esperad.
El niño tiende la vista
hacia el punto donde el sauce
blándamente se mecía,
y al verle recobra entonces
su valor, se reanima,
y haciendo un supremo esfuerzo
y entre luchas infinitas,
jadeante de cansancio,
va acercándose a la orilla.
Cuando se apresta a tocarla,
cuando ya en su pecho brilla
un destello de esperanza,
el niño otra vez peligra,
pero el sauce protector
sus tiernas ramas inclina
ayudándole a salir
de las aguas cristalinas.
Puesto que es salvo ya en la playa,
mientras sus ojos abría
y daba gracias al cielo,
oyó una voz que decía:
La manzana es el placer,
el hondo río es la vida,
y ese sauce tutelar
es el amor de María.
Jacinto Sala.
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Esta poesía, la aprendí cuando tenía siete años, y hoy, estando con una de mis nietas, no sé el porqué me acordé de ella. La he estado buscando, y por fin la encontré. Gracias para el que me volvió a mi infancia. Total 73 anos después