LA VENGANZA DE LAS FLORES. (Continuación)
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III
Cansada ya la niña hecha a través de las praderas,
se retiró a su gabinete para descansar de su
fatigado día.
Colocó las flores al lado de su almohada, desciñó
de su cuerpo la flotante bata, deshizo sus rubias
trenzas y reclinó su gracioso cuerpo sobre el
blanco lecho, que la recibió amorosamente.
Entretanto las margaritas bajaban sus blancas
corolas llenas de vergüenza, las violetas escondían
sus moribundos pétalos tras las amoratadas campanillas,
que llenas de amargura, se apretaban contra las correhuelas,
pálidas de envidia, pues todas ellas eran menos hermosas
que la joven durmiende.
Hablaron las flores en sus misterioso idioma que sólo
comprendían ellas y las mariposas; pusiéronse de acuerdo
tras larga discusión, y quedó acordada una venganza tan
terrible como lo son todas las de las bellas mortificadas
en su amor propio.
IV
Cuando al día siguiente los juguetones rayos del sol
entraron por las rendijas, justamente con los gozosos trinos
de los pájaros que saludaban el amanecer, encontráronse a
la linda criatura, inmóvil sobre la cama, con uno de sus
desnudos brazos extendidos fuera de la sábanas, mientras
su delicada cabellera, exánime y yerta, se inclinaba
pesadamente hacia ya las mustias flores.
Estas habían consumado su venganza: el venenoso gas carbónico
que exhalaban durante la noche las había librado de la
rival de su belleza.
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III
Cansada ya la niña hecha a través de las praderas,
se retiró a su gabinete para descansar de su
fatigado día.
Colocó las flores al lado de su almohada, desciñó
de su cuerpo la flotante bata, deshizo sus rubias
trenzas y reclinó su gracioso cuerpo sobre el
blanco lecho, que la recibió amorosamente.
Entretanto las margaritas bajaban sus blancas
corolas llenas de vergüenza, las violetas escondían
sus moribundos pétalos tras las amoratadas campanillas,
que llenas de amargura, se apretaban contra las correhuelas,
pálidas de envidia, pues todas ellas eran menos hermosas
que la joven durmiende.
Hablaron las flores en sus misterioso idioma que sólo
comprendían ellas y las mariposas; pusiéronse de acuerdo
tras larga discusión, y quedó acordada una venganza tan
terrible como lo son todas las de las bellas mortificadas
en su amor propio.
IV
Cuando al día siguiente los juguetones rayos del sol
entraron por las rendijas, justamente con los gozosos trinos
de los pájaros que saludaban el amanecer, encontráronse a
la linda criatura, inmóvil sobre la cama, con uno de sus
desnudos brazos extendidos fuera de la sábanas, mientras
su delicada cabellera, exánime y yerta, se inclinaba
pesadamente hacia ya las mustias flores.
Estas habían consumado su venganza: el venenoso gas carbónico
que exhalaban durante la noche las había librado de la
rival de su belleza.
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