Para el hombre ordinario lo que dicen los demás importa demasiado, porque no tiene nada propio. Lo que piensa de sí mismo es sólo una colección de opiniones de otros. Siempre tiene miedo; no debe comportarse de tal manera que pierda su reputación, su respetabilidad. Siempre tiene miedo de la opinión pública, de lo que dicen los demás, porque lo único que sabe de sí mismo es lo que le dicen los demás. Si lo retiran, lo dejan desnudo. Entonces ya no sabe quién es. No tiene ni una vaga idea de su propio ser; depende de los demás. Pero el hombre que está en meditación no necesita las opiniones de los demás. Se conoce a sí mismo; por eso no importa lo que digan. Aunque todo el mundo diga algo que va en contra de su experiencia, simplemente se reirá. Esa puede ser, como mucho, la única respuesta. Pero no va a dar ningún paso para cambiar la opinión de la gente. ¿Quiénes son ellos? Ni siquiera se conocen a sí mismos y están tratando de ponerle etiquetas. Rechazará las etiquetas. Simplemente dirá: «Soy lo que soy, y así es como voy a ser».
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