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LA NUEZ DE ARRIBA (Burgos)

Nuestras escuelas
Foto enviada por Victoria Serna,

No he encontrado ninguna golondrina donde dejar el comentario, ¡se ve que con la nieve que ha caido no han llegado este año, Je, je, je, je.
¡Ay las escuelas "nuestras"!, que recuerdos amigos, qué recuerdos...

Hoy es “EL DIA DEL ANGEL”, el día 2 de marzo.

Las golondrinas llegaban a mediados de marzo. Ya “el Día del Ángel” se veían las primeras golondrinas revoloteando por las calles, haciendo sus filigranas, sumándose al festejo. La gente decía que todos los años eran las mismas, y que el ... (ver texto completo)
Buenas tardes Charo, que bonito tu siempre nos dedicas cosas preciosas,
Golondrinas, seguro que hay sino es en foto, si en el pueblo, en casa de mi familia, cada año tenemos unos cuantos nidos,
Feliz tarde y un bonito fin de semana
Un besoooooooooooooooooooo
No he encontrado ninguna golondrina donde dejar el comentario, ¡se ve que con la nieve que ha caido no han llegado este año, Je, je, je, je.
¡Ay las escuelas "nuestras"!, que recuerdos amigos, qué recuerdos...

Hoy es “EL DIA DEL ANGEL”, el día 2 de marzo.

Las golondrinas llegaban a mediados de marzo. Ya “el Día del Ángel” se veían las primeras golondrinas revoloteando por las calles, haciendo sus filigranas, sumándose al festejo. La gente decía que todos los años eran las mismas, y que el ... (ver texto completo)
Jacobo Fijman

Cópula

¡Nos unió la mañana con sus risas!

En las rondas del sol

canciones de naranjas.

Danzas de nuestros cuerpos

desnudos -rojo bronce.

El olor de la luz era sagrado:

música de horizontes,

espacio de paisajes -

rojo y bronce -

ruido de melodías,

himno de soles,

eternidad

y abismo de la dicha

en la alegría loca de los vientos.

Canciones de naranjos

en la piedad de los caminos

¡Todas las aguas del silencio

rompimos en la danza!

Dicha de los abrazos y los besos;

toda la gloria de la vida

en nuestros pechos

jadeantes y ligeros;

nuestros cuerpos: auroras y ponientes

en la alegría loca de los vientos.

¡El corazón del mundo está en nuestra boca! ... (ver texto completo)
A la salida de la escuela, a casi todos nos tocaba ayudar en casa y, además, había que hacer los deberes.

Salvo raras ocasiones, el fracaso escolar no existía. Lo que si sucedía con la mayor parte de los chavales, era que cuando tenían fuerza suficiente debían dejar la escuela y ponerse a trabajar acompañando a su padre en el campo y con el ganado. Se había fracasado, pero solo por el hecho de que en sus casas había más necesidades de las que hubiera sido conveniente.

La presencia y ascendencia ... (ver texto completo)
todo.

De todas formas, reglazos y coscorrones aparte, le estábamos agradecidos por su dedicación a enseñarnos, y una vez que dejábamos la escuela manteníamos con él una buena relación. Como cuando sus cerezos estaban en sazón y con las ramas a punto de desgajarse por la cantidad de cerezas que tenían, allí estábamos nosotros para liberar a sus abangadas (caídas hacía abajo) ramas de algunos kilos de cerezas y así evitar que se desgajaran. Como se puede ver, éramos gente agradecida y colaboradora.

... (ver texto completo)
En primavera, el cielo se llenaba de golondrinas y vencejos que volaban raudos detrás de los mosquitos. Se nos inculcaba que las golondrinas eran sagradas y no se podían tocar los nidos que construían en los aleros ni hacerles daño. En cambio, los vencejos eran pájaros normales y tratábamos de cazarlos con el método más tonto que imaginarse pueda. Recortábamos un círculo de papel al que, a su vez, le quitábamos la zona central y lo pegábamos con saliva en una piedra redonda y plana, que lanzábamos ... (ver texto completo)
A la salida de la escuela, a casi todos nos tocaba ayudar en casa y, además, había que hacer los deberes.

Salvo raras ocasiones, el fracaso escolar no existía. Lo que si sucedía con la mayor parte de los chavales, era que cuando tenían fuerza suficiente debían dejar la escuela y ponerse a trabajar acompañando a su padre en el campo y con el ganado. Se había fracasado, pero solo por el hecho de que en sus casas había más necesidades de las que hubiera sido conveniente.

La presencia y ascendencia ... (ver texto completo)
Otro entretenimiento al que era difícil sustraerse, era capar toda boina nueva que llegaba a la escuela. Cuando llegaba a la escuela el que estrenaba boina, tenía mucho cuidado de tenerla guardada en el cabás o bien cogida con las manos. Pero siempre había un momento de descuido y alguno de nosotros, que estábamos confabulados y pendientes de la boina recién estrenada, conseguía hacerse con ella. Empezábamos a tirarnos la boina unos a otros como si fuera un platillo volante, mientras el dueño corría ... (ver texto completo)
En primavera, el cielo se llenaba de golondrinas y vencejos que volaban raudos detrás de los mosquitos. Se nos inculcaba que las golondrinas eran sagradas y no se podían tocar los nidos que construían en los aleros ni hacerles daño. En cambio, los vencejos eran pájaros normales y tratábamos de cazarlos con el método más tonto que imaginarse pueda. Recortábamos un círculo de papel al que, a su vez, le quitábamos la zona central y lo pegábamos con saliva en una piedra redonda y plana, que lanzábamos ... (ver texto completo)
Pero todo se olvidaba a la hora del recreo. Las chicas solían jugar a la comba y los chicos al tus. El juego del tus consistía en derribar con una piedra, un bolo puntiagudo y pequeño que se colocaba sobre una piedra plana de río, enterrada a ras de suelo en mitad del camino, junto a la casa de Corsino. Se trazaba una raya perpendicular atravesando el camino y que pasaba por el centro de la piedra. A unos diez metros se colocaba otra piedra que marcaba la posición desde la que se lanzaban las piedras ... (ver texto completo)
Otro entretenimiento al que era difícil sustraerse, era capar toda boina nueva que llegaba a la escuela. Cuando llegaba a la escuela el que estrenaba boina, tenía mucho cuidado de tenerla guardada en el cabás o bien cogida con las manos. Pero siempre había un momento de descuido y alguno de nosotros, que estábamos confabulados y pendientes de la boina recién estrenada, conseguía hacerse con ella. Empezábamos a tirarnos la boina unos a otros como si fuera un platillo volante, mientras el dueño corría ... (ver texto completo)
Esto hacía que el pupitre se pareciera a una pared con graffiti. Y claro, había que limpiarlo de vez en cuando. Para ello usábamos trozos de cristal de ventana con los que raspábamos la madera hasta quitar las manchas de tinta. Solíamos estar todo un día raspando. Yo aún tengo una cicatriz en un dedo, del corte que me hice con un cristal en estas operaciones de limpieza.

También corría por nuestra cuenta limpiar la escuela de vez en cuando. Para ello, primero regábamos las tablas del suelo y luego ... (ver texto completo)
Pero todo se olvidaba a la hora del recreo. Las chicas solían jugar a la comba y los chicos al tus. El juego del tus consistía en derribar con una piedra, un bolo puntiagudo y pequeño que se colocaba sobre una piedra plana de río, enterrada a ras de suelo en mitad del camino, junto a la casa de Corsino. Se trazaba una raya perpendicular atravesando el camino y que pasaba por el centro de la piedra. A unos diez metros se colocaba otra piedra que marcaba la posición desde la que se lanzaban las piedras ... (ver texto completo)
Superada la etapa de la pizarra, pasábamos a escribir con un lapicero que afilábamos con cuchillas de afeitar. Finalmente, pasábamos a escribir con plumilla y tinta que fabricábamos nosotros mismos con polvos y agua, bajo la supervisión del maestro o de los mayores. La plumilla se insertaba en un palillero de madera y las había de diferentes tipos. La plumilla normal, la de pata de ganso, la de hacer letra gótica y así. Había que manejarlas con un buen juego de muñeca y controlando bien la presión, ... (ver texto completo)
Esto hacía que el pupitre se pareciera a una pared con graffiti. Y claro, había que limpiarlo de vez en cuando. Para ello usábamos trozos de cristal de ventana con los que raspábamos la madera hasta quitar las manchas de tinta. Solíamos estar todo un día raspando. Yo aún tengo una cicatriz en un dedo, del corte que me hice con un cristal en estas operaciones de limpieza.

También corría por nuestra cuenta limpiar la escuela de vez en cuando. Para ello, primero regábamos las tablas del suelo y luego ... (ver texto completo)
Aprendíamos a escribir en pizarras del tamaño de una hoja, hechas con piedra de pizarra negra y un marco de madera al que se sujetaba con un cordel el borrador de trapo. Se escribía con un pizarrín que podía ser de pizarra o más blando, denominado “de manteca“. Cualquiera de los dos tipos de pizarrín producía un chirrido que erizaba el pelo de los brazos. Se borraba echando saliva y frotando con el trapo. Había que aprender a producir saliva en cantidad, para lo que frotábamos la parte interior de ... (ver texto completo)
Superada la etapa de la pizarra, pasábamos a escribir con un lapicero que afilábamos con cuchillas de afeitar. Finalmente, pasábamos a escribir con plumilla y tinta que fabricábamos nosotros mismos con polvos y agua, bajo la supervisión del maestro o de los mayores. La plumilla se insertaba en un palillero de madera y las había de diferentes tipos. La plumilla normal, la de pata de ganso, la de hacer letra gótica y así. Había que manejarlas con un buen juego de muñeca y controlando bien la presión, ... (ver texto completo)
Salvo las cartillas en las que hacíamos las muestras de caligrafía, los libros de cada grupo pasaban de un año para otro a los nuevos que accedían al nivel. Para prolongar su vida, lo que teníamos que hacer el primer día de curso con el catón o enciclopedia que te tocaba, era forrarlo en casa con papel, que solía ser de periódico. Y si el libro estaba muy deteriorado tenias que encuadernarlo. Para ello se hacia un engrudo con agua y harina con el que se pegaba una tela al lomo del libro y a las pastas. ... (ver texto completo)
Aprendíamos a escribir en pizarras del tamaño de una hoja, hechas con piedra de pizarra negra y un marco de madera al que se sujetaba con un cordel el borrador de trapo. Se escribía con un pizarrín que podía ser de pizarra o más blando, denominado “de manteca“. Cualquiera de los dos tipos de pizarrín producía un chirrido que erizaba el pelo de los brazos. Se borraba echando saliva y frotando con el trapo. Había que aprender a producir saliva en cantidad, para lo que frotábamos la parte interior de ... (ver texto completo)
A partir de la primera media hora, estar de rodillas era una tortura, por mucho entrenamiento que tuviéramos en arrodillarnos en la iglesia con tanta Misa y tanto Rosario a los que entonces asistíamos. Cuando creíamos que el maestro no nos veía, nos sentábamos sobre los talones con lo que entonces te dolían los dedos de los pies y los mismos talones. Y que decir de sujetar los libros en las palmas de las manos con los brazos extendidos. Encogíamos los brazos intentando que los codos nos llegaran ... (ver texto completo)
Salvo las cartillas en las que hacíamos las muestras de caligrafía, los libros de cada grupo pasaban de un año para otro a los nuevos que accedían al nivel. Para prolongar su vida, lo que teníamos que hacer el primer día de curso con el catón o enciclopedia que te tocaba, era forrarlo en casa con papel, que solía ser de periódico. Y si el libro estaba muy deteriorado tenias que encuadernarlo. Para ello se hacia un engrudo con agua y harina con el que se pegaba una tela al lomo del libro y a las pastas. ... (ver texto completo)
La fuerza con la que aplicaba cada uno de los correctivos, te hacía consciente de la gravedad de la trasgresión. Si el caso lo requería, después de ser acariciado con la regla, venían los castigos que casi siempre pasaban por estar un buen rato de rodillas. O días enteros, como me pasó a mí en una ocasión según se cuenta en el post Por si acaso. Podía agravarse el castigo poniendo los brazos extendidos en cruz y, si el incidente era extremadamente grave, con un libro grueso en cada mano. El lugar ... (ver texto completo)
A partir de la primera media hora, estar de rodillas era una tortura, por mucho entrenamiento que tuviéramos en arrodillarnos en la iglesia con tanta Misa y tanto Rosario a los que entonces asistíamos. Cuando creíamos que el maestro no nos veía, nos sentábamos sobre los talones con lo que entonces te dolían los dedos de los pies y los mismos talones. Y que decir de sujetar los libros en las palmas de las manos con los brazos extendidos. Encogíamos los brazos intentando que los codos nos llegaran ... (ver texto completo)
Ni que decir tiene que con aquel sistema tan complejo, mantener el orden en clase era fundamental, y de ello se ocupaba el maestro con absoluta eficacia. El primer nivel conminatorio era su mirada, por encima de las gafas, después los gritos con que te afeaba tu conducta, luego un ligero coscorrón o tirón de orejas. Y si era preciso, estaba la regla con la que podía sacudirte en la palma de la mano o, si el asunto era grave, sobre las uñas de los cuatro dedos juntos y que teníamos que presentarle ... (ver texto completo)
La fuerza con la que aplicaba cada uno de los correctivos, te hacía consciente de la gravedad de la trasgresión. Si el caso lo requería, después de ser acariciado con la regla, venían los castigos que casi siempre pasaban por estar un buen rato de rodillas. O días enteros, como me pasó a mí en una ocasión según se cuenta en el post Por si acaso. Podía agravarse el castigo poniendo los brazos extendidos en cruz y, si el incidente era extremadamente grave, con un libro grueso en cada mano. El lugar ... (ver texto completo)
Era una escuela a la que asistíamos todos los chicos y chicas del pueblo, fuera cual fuera la edad hasta los catorce años. Nos sentábamos en los bancos por grupos según el nivel de conocimiento y el maestro nos dedicaba un rato a cada grupo. Mientras el maestro se ocupaba de un grupo, el resto se dedicaba a realizar cuentas o muestras de caligrafía en la cartilla o algún otro trabajo que nos hubiera mandado. En realidad, estábamos con media cabeza en lo que hacíamos y con la otra media atentos a ... (ver texto completo)
Ni que decir tiene que con aquel sistema tan complejo, mantener el orden en clase era fundamental, y de ello se ocupaba el maestro con absoluta eficacia. El primer nivel conminatorio era su mirada, por encima de las gafas, después los gritos con que te afeaba tu conducta, luego un ligero coscorrón o tirón de orejas. Y si era preciso, estaba la regla con la que podía sacudirte en la palma de la mano o, si el asunto era grave, sobre las uñas de los cuatro dedos juntos y que teníamos que presentarle ... (ver texto completo)