El resto del mobiliario era una librería cerrada con cristales, la pizarra negra pintada en la pared, un mapa de España, un mapamundi, un crucifijo y las fotos de Franco y José Antonio. Y nuestros bancos, claro. Eran unos bancos corridos que tenían el tablero superior inclinado y con agujeros para los tinteros de porcelana y, debajo, una tabla horizontal donde dejábamos los cuadernos y los libros. También había unas perchas para colgar la ropa.
Era una escuela a la que asistíamos todos los chicos y chicas del pueblo, fuera cual fuera la edad hasta los catorce años. Nos sentábamos en los bancos por grupos según el nivel de conocimiento y el maestro nos dedicaba un rato a cada grupo. Mientras el maestro se ocupaba de un grupo, el resto se dedicaba a realizar cuentas o muestras de caligrafía en la cartilla o algún otro trabajo que nos hubiera mandado. En realidad, estábamos con media cabeza en lo que hacíamos y con la otra media atentos a ... (ver texto completo)