Siglo XIX Napoleón
Napoleón Bonaparte se apodera de gran parte de Europa, incluyendo España donde instaló a su hermano Giuseppe Buonaparte (Pepe Botella). Del francés nos llegan palabras como: bebé, bisutería, boulevard, boutique, buró, burocracia, carnet, chofer, dossier, furgón, jardín, parqué, sabotaje y toilette.
Napoleón Bonaparte se apodera de gran parte de Europa, incluyendo España donde instaló a su hermano Giuseppe Buonaparte (Pepe Botella). Del francés nos llegan palabras como: bebé, bisutería, boulevard, boutique, buró, burocracia, carnet, chofer, dossier, furgón, jardín, parqué, sabotaje y toilette.
Los franceses son reconocidos en el mundo por su gastronomía. Muchas palabras relacionadas con la comida nos llegan del francés. Por ejemplo: bistro, bufé, croissant, entrecot, filete, foie gras, fresa, margarina, mayonesa, menú, mermelada, puré, restaurante, soufflé, y torta. También son reconocidos por sus diseños de ropa. De ahí nos vienen: biquini, blusa, boga, botón, chal, chapó, chaqueta, maniquí, moda, y pantalón.
Muchos términos del léxico automovilístico provienen del francés, por ejemplo: biela, bobina, bujía, cabriolé, chofer, cupé, capó, gicleur, garaje, limusina, llanta, pana, peaje. y polea.
Igual que hoy nos quejamos del inglés, el doctor Pedro Felipe Monlau (1808-1871), se quejaba del francés en su Diccionario Etimológico publicado en 1856:
Y no solo introduce el francés palabras nuevas para el castellano1, o romanceadas á la francesa, sino que altera á veces la acepcion de las castizas, y tiende á hacernos adoptar nuevos giros y á bastardear nuestra sintáxis, destruyendo todo lo que constituye el que una lengua pueda llamarse verdadero idioma, es decir lengua propia y específica. Esas tendencias se hallan favorecidas por a circunstancia de haberse generalizado bastante el estudio del francés, por la de estar las personas doctas muy familiarizadas con la lectura de libros y periódicos franceses, y sobre todo por el sinnúmero de traducciones que se dan á luz hechas por sujetos que ni comprenden bien el francés, ni saben escribir en castellano.
Y no solo introduce el francés palabras nuevas para el castellano1, o romanceadas á la francesa, sino que altera á veces la acepcion de las castizas, y tiende á hacernos adoptar nuevos giros y á bastardear nuestra sintáxis, destruyendo todo lo que constituye el que una lengua pueda llamarse verdadero idioma, es decir lengua propia y específica. Esas tendencias se hallan favorecidas por a circunstancia de haberse generalizado bastante el estudio del francés, por la de estar las personas doctas muy familiarizadas con la lectura de libros y periódicos franceses, y sobre todo por el sinnúmero de traducciones que se dan á luz hechas por sujetos que ni comprenden bien el francés, ni saben escribir en castellano.