LA NUEZ DE ARRIBA: Por fin, gracias a las oraciones fervientes de su madre...

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido. Caminaría. Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días su madre le masajeaba las piernas pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su determinación de caminar era más fuerte que nunca.

Cuando no estaba en la cama estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco. Ese día en lugar de quedarse sentado se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas. Llegó hasta el cerco de postes blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco decidido a caminar.

Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a las oraciones fervientes de su madre y sus masajes diarios, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante en la universidad formó parte del equipo de carrera sobre pista.

Y aun después en el Madison Square Garden este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la posibilidad de correr, este joven determinado, Glenn Cunningham, llegó a ser el atleta estadounidense que ¡corrió el kilómetro más veloz el mundo!

Moraleja: Haz lo que puedas y Dios hará lo que no puedas.