Presagiando el final…
Inevitablemente el presagio se cumplió, y nos tenemos que decir adiós,
nadie nos separó como tú lo decías muchas veces, fuiste tú;
quién clavo la daga en mi corazón; creíste que siempre mantendrías
oculta tu doble vida, pues te desplazabas en lugares en los cuales
yo jamás aparecería; y fue el destino que me llevó ese día al lugar en
donde te vería muy feliz abrazándola. En ese momento mi corazón dio
un vuelco, mi sangre se detuvo por un instante y un poco antes creí verte pasar;
que sorpresa la mía cuando de pronto apareciste, oscureciéndose todo mi contorno;
tanta dicha emanaba de tu ser, que no fui vista por tus ojos.
Inevitablemente el presagio se cumplió, y nos tenemos que decir adiós,
nadie nos separó como tú lo decías muchas veces, fuiste tú;
quién clavo la daga en mi corazón; creíste que siempre mantendrías
oculta tu doble vida, pues te desplazabas en lugares en los cuales
yo jamás aparecería; y fue el destino que me llevó ese día al lugar en
donde te vería muy feliz abrazándola. En ese momento mi corazón dio
un vuelco, mi sangre se detuvo por un instante y un poco antes creí verte pasar;
que sorpresa la mía cuando de pronto apareciste, oscureciéndose todo mi contorno;
tanta dicha emanaba de tu ser, que no fui vista por tus ojos.
Cruzaron por mi mente tus palabras de esa noche, el presagio de mis palabras
me golpearon fuertemente, me sentí tan pequeña, tan ausente, la soledad más cruel
me abrazaba y la puñalada de las mentiras me aniquilaban.
Reproché a mi voz interna, que con antelación no me dijera que vivía de sueños
solamente, no lloré, ni una lágrima pudo brotar; un vacío inmenso me poseyó;
al descubrir que tu teléfono nunca respondió a mis llamados, lo apagaste,
no podías atenderme; ella se daría cuenta de mi existencia y entonces,
un gran problema te ocasionaría… Y fue mejor así, decir adiós sin palabras,
alejarme sin reproches, sin tus lágrimas falsas.
Francia Díaz.
me golpearon fuertemente, me sentí tan pequeña, tan ausente, la soledad más cruel
me abrazaba y la puñalada de las mentiras me aniquilaban.
Reproché a mi voz interna, que con antelación no me dijera que vivía de sueños
solamente, no lloré, ni una lágrima pudo brotar; un vacío inmenso me poseyó;
al descubrir que tu teléfono nunca respondió a mis llamados, lo apagaste,
no podías atenderme; ella se daría cuenta de mi existencia y entonces,
un gran problema te ocasionaría… Y fue mejor así, decir adiós sin palabras,
alejarme sin reproches, sin tus lágrimas falsas.
Francia Díaz.