El cuento de la Haba que nunca se acaba
Una vez la Haba estuvo en la calle, se despidió de sus amigos y sobre sus zapatos amarillos empezó a caminar camino del Cine. "Me apetece ver una buena película, hoy" - se dijo. Así que se dirigió hacia la taquilla del Cine, pasó de largo y se acomodó en las butacas, eso sí, sin ser indiscreta, mirando a los espectadores de la última fila. Pues ella sólo se ponía allí para que no la descubriera el acomodador, ya que no había pagado la entrada.
Disfrutó de la película aunque el género erótico la dejaba igual de fría a la salida que a la entrada, a fin de cuentas, era sólo Carne y más Carne. Ni una triste flor que no fuera de plástico o del empapelado de las paredes.
A la salida del Cine, pensó que mejor sería ir a mirar escaparates, seguro que en alguno de ellos había una tele en donde estuvieran emitiendo un buen programa gastronómico, después de todo, es la única ocasión para ver a alguien conocido en la tele. Pero comenzó a Llover muy fuerte, y ella no estaba dispuesta a embarrar sus deliciosos zapatos amarillos, así que se fue a vaguear por el metro.
Una vez la Haba estuvo en la calle, se despidió de sus amigos y sobre sus zapatos amarillos empezó a caminar camino del Cine. "Me apetece ver una buena película, hoy" - se dijo. Así que se dirigió hacia la taquilla del Cine, pasó de largo y se acomodó en las butacas, eso sí, sin ser indiscreta, mirando a los espectadores de la última fila. Pues ella sólo se ponía allí para que no la descubriera el acomodador, ya que no había pagado la entrada.
Disfrutó de la película aunque el género erótico la dejaba igual de fría a la salida que a la entrada, a fin de cuentas, era sólo Carne y más Carne. Ni una triste flor que no fuera de plástico o del empapelado de las paredes.
A la salida del Cine, pensó que mejor sería ir a mirar escaparates, seguro que en alguno de ellos había una tele en donde estuvieran emitiendo un buen programa gastronómico, después de todo, es la única ocasión para ver a alguien conocido en la tele. Pero comenzó a Llover muy fuerte, y ella no estaba dispuesta a embarrar sus deliciosos zapatos amarillos, así que se fue a vaguear por el metro.