Muelle, el ala del ángel blanco
- ¡qué piedad, qué ternura al fin!-,
primera vez roza mis hombros
como el arco roza el violín.
- ¡qué piedad, qué ternura al fin!-,
primera vez roza mis hombros
como el arco roza el violín.
Esta frescura de saber
que también nos vamos de aquí,
¡qué novedad en la conciencia,
qué persuasión blanda y sutil!
que también nos vamos de aquí,
¡qué novedad en la conciencia,
qué persuasión blanda y sutil!
Que conformidad, qué tersura,
qué dejarse ir!
Sus filos y puntas los actos
redondean al llegar a mí.
qué dejarse ir!
Sus filos y puntas los actos
redondean al llegar a mí.
Ni la sangría del estoico
que se amenguaba sin sentir,
ni el áspid que apenas besaba
el botón de ansioso carmín:
que se amenguaba sin sentir,
ni el áspid que apenas besaba
el botón de ansioso carmín:
Lento declive, y tan seguro
-hinchado de sí-
que ni da lugar a lamentos
ni a temores, ni
-hinchado de sí-
que ni da lugar a lamentos
ni a temores, ni
siquiera al vago cosquilleo
de ese minuto por venir
en que se ha de abrir a mis ojos
algo que se tiene que abrir
de ese minuto por venir
en que se ha de abrir a mis ojos
algo que se tiene que abrir