Por Salvatore Quasimodo
(De "Giorno dopo Giorno [Día a Día]", 1942-1946)
Traducción de Alejandra Pizarnik y María Cristina Giambelluca
Te leo dulces versos de un antiguo,
y las palabras nacidas entre las viñas,
las tiendas, a la orilla de los ríos de las tierras
del este, cómo caen ahora lúgubres
y desoladas en esta profundísima
noche de guerra, en la cual nadie atraviesa
el cielo de los ángeles de muerte,
y se oye el viento con zumbido de ruina
cuando sacude las láminas que aquí arriba
dividen los pórticos, y la melancolía
asciende de los perros que aúllan desde los huertos
tras las descargas de las rondas
por las calles desiertas. Alguien vive.
Acaso alguien vive. Pero nosotros, aquí,
encerrados en escucha de la antigua voz,
buscamos un signo que supere la vida,
el oscuro sortilegio de la tierra,
donde hasta entre las tumbas de ruinas
la hierba maligna alza su flor.
19
(De "Giorno dopo Giorno [Día a Día]", 1942-1946)
Traducción de Alejandra Pizarnik y María Cristina Giambelluca
Te leo dulces versos de un antiguo,
y las palabras nacidas entre las viñas,
las tiendas, a la orilla de los ríos de las tierras
del este, cómo caen ahora lúgubres
y desoladas en esta profundísima
noche de guerra, en la cual nadie atraviesa
el cielo de los ángeles de muerte,
y se oye el viento con zumbido de ruina
cuando sacude las láminas que aquí arriba
dividen los pórticos, y la melancolía
asciende de los perros que aúllan desde los huertos
tras las descargas de las rondas
por las calles desiertas. Alguien vive.
Acaso alguien vive. Pero nosotros, aquí,
encerrados en escucha de la antigua voz,
buscamos un signo que supere la vida,
el oscuro sortilegio de la tierra,
donde hasta entre las tumbas de ruinas
la hierba maligna alza su flor.
19