COCER EL PAN
En el pueblo no había panadería. Ni venía de fuera panadero alguno a vender pan, como sucede ahora. Había hornos en los que cocían el pan las mujeres del pueblo. Cada mujer cocía una hornada para su propia familia, ayudada de su marido y de los hijos. Era ella la que todo lo organizaba. Prevíamente había que ir al molino a moler el trigo y traer la harina a casa. De una hornada a otra se reservaba, en una cazuelita de barro, un trozo de masa fermentada, es decir, la levadura, conservada con un poco de aceite. Antes había que cerner bien la harina encima de la artesa, con dos cedazos (cribas con unos agujeritos muy finos), que pegaban el uno con el otro de adentro afuera y de afuera adentro. Bien cernida la harina, se hacía la masa con agua caliente y sal. Nuestras madres lo primero que hacían, bien sujeto el pañuelo a la frente, era santiguarse. Después, hacer la masa echando el agua y la sal, mezclándola con la harina y la levadura; hasta que se llenaba la artesa con la masa blanda. Entonces con el dedo gordo de la mano derecha, hendía la masa, dejando el consiguiente hueco, en forma de cruz, mientras decía esta oración:"Que Dios te aumente y te acreciente y te dé que te falte, pan bendito". Después tapaba toda la masa con una sábana limpia y la abrigaba como a un chiquillo con dos o tres mantas de lana de las de la cama. Y así la dejaba, durante dos o tres horas, hasta que "se revenía"la masa, es decir, quedaba bien fermentada. La señal era que, al levantar la sábana y las mantas, la masa se había hinchado y había desaparecido la hendidura de la cruz. la masa estaba ya dispuesta para hacer el pan.
Pero, entre tanto y a la par, había que haber hecho otra labor: encender bien el horno y quemar abundante leña, que en el pueblo no faltaba, de tal forma que, cuando se viniera la masa, se hubiera quemado toda la leña- brezos, ulagas- y el interior del horno estuviera bien caliente para que se cociera el pan. Se extendía la leña ardiendo, con el hurgadero, por todo el suelo del horno. Entonces se iban haciendo las hogazas, de unos dos kg., a ojo de buen cubero, las mujeres estaban ya muy prácticas y atinaban con el trozo de masa que habían de coger, lo sobaban a mano, sobre la mesa o tabla alargada. En cada hornada se solían hacer entre 16 ó 18 hogazas y seis tortas. Las tortas eran estrechitas, con poco muelle por dentro (poca miga). Y recién tostadas nos sabían a los chicos como rosquillas. Sobre todo con miel ¡qué ricas nos sabían!...
Cuando las mujeres "salían a misa", después de haber dado a luz, tenían la costumbre de llevar al sacerdote que las recibía y les daba la bendición "post partum", una torta de pan recién hecha.
Pero no adelantemos acontecimientos, que las hogazas y tortas están sólo recién hechas. De casa han traído preparada la aceitera y una cazuelita o tacita con clara de huevo, que han separado cuidadosamente de su yema respectiva y con ella les daban un baño por encima a hogzas y tortas. Igualmente les daban un baño de aceite que esparcían con su misma mano y les daban unos pinchazos con una de las horquillas con que se sujetaban el moño. Así quedaban listas para ser introducidas en el horno. Pero el horno tenía que estar ya limpio después que se había quemado la leña. Con la "trapa", es decir, un trapo grande atado a un mango largo, se barría toda la plataforma del horno, dejandola bien limpia. Limpio el horno se iban introduciendo, una a una, las hogazas de esta forma: alguien tenía la paleta de madera, con mango largo apoyada en la boca del horno, nuestras madres le ponía las hogazas en la paleta y él las metía y las dejaba con un desmuñeque. La lumbre, que iluminaba todo el horno, alumbraba para ver dónde se dejaban, ya que tenía su mérito saber desprenderlas de la paleta y ponerlas todas alrededor sin tocarse una a otra. A los niños nos solían hacer "tortos", es decir, tortas con un trozo de chorizo dentro, que también se metían al horno. Se cerraba la boca del horno con una tapadera para que no se escapase nada de calor. Y después de un tiempo prudencial, que ya sabían por experiencia, sacaban el pan tostado de la manera inversa: se iba sacando cada hogaza hasta la boquera, se la cogía con una rodea en las manos, porque aún quemaba, se la limpiaba por debajo, le dábamos golpecitos y si sonaba: "pan, pan", era que estaba bien cocido.
Con cada hornada teníamos pan para quince días por lo menos. Y se podía comer bien porque tenía mucha harina y poca agua. Rara vez se encanecía. Aunque viejo se conservaba bien.
También se confeccionaban algunos dulces: galletas, roscos, rosquitos, etc
Todo era casero. Lo natural esplende en lo elaborado. El queso era de oveja o de vaca, alimentaba con pastos naturales y harina o salvado de trigo; las morcillas el chorizo eran de cerdo, un cerdo alimentado a diario con bellotas, patatas y salvado.
Por aquellas fechas no había en el campo productos tóxicos. Todo era limpio, incontaminado, natural.
La alimentación de los lugareños era sana, muy sana. Hoy diríamos ecológicamente sana.
Ahora se está comenzando a valorar el consumo de alimentos naturales preparados con la sabiduría de las tradiciones. Dicen que hasta la ciencia lo considera como lo más beneficioso para la salud.
En el pueblo no había panadería. Ni venía de fuera panadero alguno a vender pan, como sucede ahora. Había hornos en los que cocían el pan las mujeres del pueblo. Cada mujer cocía una hornada para su propia familia, ayudada de su marido y de los hijos. Era ella la que todo lo organizaba. Prevíamente había que ir al molino a moler el trigo y traer la harina a casa. De una hornada a otra se reservaba, en una cazuelita de barro, un trozo de masa fermentada, es decir, la levadura, conservada con un poco de aceite. Antes había que cerner bien la harina encima de la artesa, con dos cedazos (cribas con unos agujeritos muy finos), que pegaban el uno con el otro de adentro afuera y de afuera adentro. Bien cernida la harina, se hacía la masa con agua caliente y sal. Nuestras madres lo primero que hacían, bien sujeto el pañuelo a la frente, era santiguarse. Después, hacer la masa echando el agua y la sal, mezclándola con la harina y la levadura; hasta que se llenaba la artesa con la masa blanda. Entonces con el dedo gordo de la mano derecha, hendía la masa, dejando el consiguiente hueco, en forma de cruz, mientras decía esta oración:"Que Dios te aumente y te acreciente y te dé que te falte, pan bendito". Después tapaba toda la masa con una sábana limpia y la abrigaba como a un chiquillo con dos o tres mantas de lana de las de la cama. Y así la dejaba, durante dos o tres horas, hasta que "se revenía"la masa, es decir, quedaba bien fermentada. La señal era que, al levantar la sábana y las mantas, la masa se había hinchado y había desaparecido la hendidura de la cruz. la masa estaba ya dispuesta para hacer el pan.
Pero, entre tanto y a la par, había que haber hecho otra labor: encender bien el horno y quemar abundante leña, que en el pueblo no faltaba, de tal forma que, cuando se viniera la masa, se hubiera quemado toda la leña- brezos, ulagas- y el interior del horno estuviera bien caliente para que se cociera el pan. Se extendía la leña ardiendo, con el hurgadero, por todo el suelo del horno. Entonces se iban haciendo las hogazas, de unos dos kg., a ojo de buen cubero, las mujeres estaban ya muy prácticas y atinaban con el trozo de masa que habían de coger, lo sobaban a mano, sobre la mesa o tabla alargada. En cada hornada se solían hacer entre 16 ó 18 hogazas y seis tortas. Las tortas eran estrechitas, con poco muelle por dentro (poca miga). Y recién tostadas nos sabían a los chicos como rosquillas. Sobre todo con miel ¡qué ricas nos sabían!...
Cuando las mujeres "salían a misa", después de haber dado a luz, tenían la costumbre de llevar al sacerdote que las recibía y les daba la bendición "post partum", una torta de pan recién hecha.
Pero no adelantemos acontecimientos, que las hogazas y tortas están sólo recién hechas. De casa han traído preparada la aceitera y una cazuelita o tacita con clara de huevo, que han separado cuidadosamente de su yema respectiva y con ella les daban un baño por encima a hogzas y tortas. Igualmente les daban un baño de aceite que esparcían con su misma mano y les daban unos pinchazos con una de las horquillas con que se sujetaban el moño. Así quedaban listas para ser introducidas en el horno. Pero el horno tenía que estar ya limpio después que se había quemado la leña. Con la "trapa", es decir, un trapo grande atado a un mango largo, se barría toda la plataforma del horno, dejandola bien limpia. Limpio el horno se iban introduciendo, una a una, las hogazas de esta forma: alguien tenía la paleta de madera, con mango largo apoyada en la boca del horno, nuestras madres le ponía las hogazas en la paleta y él las metía y las dejaba con un desmuñeque. La lumbre, que iluminaba todo el horno, alumbraba para ver dónde se dejaban, ya que tenía su mérito saber desprenderlas de la paleta y ponerlas todas alrededor sin tocarse una a otra. A los niños nos solían hacer "tortos", es decir, tortas con un trozo de chorizo dentro, que también se metían al horno. Se cerraba la boca del horno con una tapadera para que no se escapase nada de calor. Y después de un tiempo prudencial, que ya sabían por experiencia, sacaban el pan tostado de la manera inversa: se iba sacando cada hogaza hasta la boquera, se la cogía con una rodea en las manos, porque aún quemaba, se la limpiaba por debajo, le dábamos golpecitos y si sonaba: "pan, pan", era que estaba bien cocido.
Con cada hornada teníamos pan para quince días por lo menos. Y se podía comer bien porque tenía mucha harina y poca agua. Rara vez se encanecía. Aunque viejo se conservaba bien.
También se confeccionaban algunos dulces: galletas, roscos, rosquitos, etc
Todo era casero. Lo natural esplende en lo elaborado. El queso era de oveja o de vaca, alimentaba con pastos naturales y harina o salvado de trigo; las morcillas el chorizo eran de cerdo, un cerdo alimentado a diario con bellotas, patatas y salvado.
Por aquellas fechas no había en el campo productos tóxicos. Todo era limpio, incontaminado, natural.
La alimentación de los lugareños era sana, muy sana. Hoy diríamos ecológicamente sana.
Ahora se está comenzando a valorar el consumo de alimentos naturales preparados con la sabiduría de las tradiciones. Dicen que hasta la ciencia lo considera como lo más beneficioso para la salud.