Se cuenta que cierto emperador chino, cuando le avisaron que en una de las provincias de su imperio había una insurrección, dijo a los ministros de su gobierno y a los jefes
militares que lo rodeaban: "Vamos. Seguidme. Pronto destruiré a mis enemigos."
Cuando el emperador y sus tropas llegaron a donde estaban los rebeldes, él trató afablemente a éstos, quienes, por gratitud, se sometieron a él de nuevo.
Todos los que formaban el séquito del emperador pensaron que él ordenaría la inmediata ejecución
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