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LA NUEZ DE ARRIBA: Ya sube el gavilán como saeta...

(del amigo y del amado)

1. Se abre la suelta flor de mi alegría,
se abre con su aventura;
es la más fina posesión del día,
su encendida locura;
se abre... porque de nieblas del invierno
y sellado letargo
llega el amor -el jubiloso eterno-
con este deslumbrante beso largo...

Maduro está el rosal en sus ardores,
madura la corona de la espiga,
beben un aire azul los labradores
y descansa la hormiga;
escogidas distancias
celebran golondrinas forasteras,
y cálidas fragancias
dan a mi pecho todas las praderas

Ni mayo con sus leves mariposas
ni junio con sus grillos
tienen -como este agosto de mis rosas-
tan hondos amarillos;
ya viene el corazón de la arboleda,
ya viene... palpitante,
trayendo paraísos de reseda
y el tímido candor del agua errante.

Sobre apretada hostilidad de abrojos
el salto de la cierva;
perdidos en olor de lirios rojos
tres duendes de la yerba;
el huésped de la luz regocijado
bajo el día sonoro
descubre en mi cintura, en mi costado,
el revivir de sus abejas de oro.

Vestido de sus limpios elementos,
prometiendo su alianza
mostrándonos el nudo de los vientos
y el duradero mar de la esperanza;
seguro... porque cumple su promesa;
por su pasión alada;
dentro de su dominio resplandece
hasta la oscura zarza desgarrada.

Despierta las semillas en reposo
y canta dondequiera;
estableciendo el tránsito amoroso
proclama la mañana pajarera.
Estoy en el incendio florecido
-salamandra en su llama-
y me entrego al amor incomprendido,
porque sé que me ama...

2. He descubierto tierras extasiadas
en este amor, tan vivo...
Tengo suaves alcores y majadas
y el follaje impulsivo.
¿En dónde las orillas amorosas?
¿En qué huerto el espliego?
Un fino sur de palmas orgullosas
me da su verde fuego.

Se enciende la torcaz como una brasa;
se encienden los espinos;
hay un silencio que volando pasa,
con nombre de caminos;
isla de mis abejas, claro monte
de aroma duradero;
llamada de horizonte y horizonte,
desde el amor primero.

El río de los sueños, la blancura
del alba desenvuelta...
Aprendo los colores de espesura
y doy por dulces bosques media vuelta.
La tierra de mi luz y de mi sombra
inventa sus riberas
y con alados tréboles alfombra
azules cordilleras.

Qué baile infatigable el de las rosas!
¡Qué gajo tan desnudo!
El aire de las hojas rumorosas
lleva y devuelve su violín agudo.
Residencia del nardo, flor candente
en su propio latido:
la tierra de tu pecho y de mi frente
es doble semillero florecido.

Voy con esta alegría desatada
del naranjo a la higuera.
¿Quién me llama la bienenamorada
y quién, la colmenera?
Montaña indagadora nos recuerda
que el mar es su vecino,
para que no se esconda ni se pierda
el vislumbre marino.

Ya sube el gavilán como saeta
a la más libre altura;
ya entrega soledades la violeta
en su verde atadura,
comarca del encuentro, mediodía
de trémulos parajes:
mi cuerpo... mi camino... la osadía
de entrar en el temblor de tus ramajes.