José Antonio Ramos Sucre >
LA AMADA
La hermosa vela y defiende mi vida desde un templo
orbicular, rotonda de siete columnas.
Su voz imperiosa desciende, por mi causa, a las
modulaciones del canto.
Salí confortado de su presencia, llevando,
por su mandamiento, una rama de cedro.
Descendí por una vereda montuosa hasta la
orilla del mar, donde se balanzaba mi esquife.
El cántico seguía sonando, ascendente
y magnífico.
Paralizaba el curso de la naturaleza. Me
alentó a salvar la zona de la borrasca.
El sol permaneció, horas enteras, asomado
sobre la raya del horizonte.
LA AMADA
La hermosa vela y defiende mi vida desde un templo
orbicular, rotonda de siete columnas.
Su voz imperiosa desciende, por mi causa, a las
modulaciones del canto.
Salí confortado de su presencia, llevando,
por su mandamiento, una rama de cedro.
Descendí por una vereda montuosa hasta la
orilla del mar, donde se balanzaba mi esquife.
El cántico seguía sonando, ascendente
y magnífico.
Paralizaba el curso de la naturaleza. Me
alentó a salvar la zona de la borrasca.
El sol permaneció, horas enteras, asomado
sobre la raya del horizonte.