Caminando por las calles, sentí una especie de malestar indefinible, una tristeza absoluta, una angustia que me hinchó el corazón. Volví a casa y, con un gesto casi violento, tiré el manuscrito encima de la mesa. Al caer en la mesa, el cuaderno se abrió; sin saber cómo, mis ojos se fijan en la página que estaba ante mí, y se me aparece este verso: "Va pensiero, sull'ali dorate." Recorro con la vista los siguientes versos y recibo una gran impresión. Leo un fragmento, leo dos. Luego, firme en mi propósito de no escribir música, me obligo a mí mismo a cerrar el cuaderno y me voy a la cama. Pero, ¡ay!... Nabuco andaba por mi cabeza, el sueño no venía; me levanto y leo el libreto, no una vez sino dos, tres, tantas que por la mañana se puede decir que me sabía de memoria todo el libreto. A pesar de todo, no quería apartarme de mi propósito, y al día siguiente vuelvo al teatro y le entrego el manuscrito a Merelli. Me dice