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Ruinas de casas que solo mantienen las esquinas por su buena piedra, LORILLA

Al borde mismo de la petrolífera Lora burgalesa, asomado, como desde un mirador, al valle cántabro de Valderredible, como final de una intransitable carretera sin asfaltar, que parte de la que recorre todo el territorio de la Lora, desde Basconcillos del Tozo, en la de Aguilar, hasta San Felices del Rudrón en la de Santander, abierto a todos los vientos y en terreno desigual, está situado LORILLA, a 30 Km de Villadiego y 69 de Burgos.
Le prestan límites y lejana compañía Villaescobedo de Valdelucio, Mundilla, Arcellares del Tozo, Basconcillos, Barrio-Panizares y Valdeajos en
la provincia y la frontera con Cantabria y el valle de Valderredible por el norte.
Su nombre aparece escrito por primera vez el 21 mayo de 1333 en la documentación del monasterio de Las Huelgas en una compra-venta o cesión al
Hospital del Rey y sus pobladores declararon en el año 1752 en las respuestas generales del Catastro del Marqués de la Ensenada que pertenecían únicamente al Rey, al que pagaban tributos, es decir, era lugar de realengo.
Contaba con 28 habitantes en el año 1848, según aparece en el Diccionario geográfico de Pascual Madoz. Fiel a la trayectoria de la inmensa mayoría de los pueblos de la provincia, creció a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y presentaba en 1900 un censo de 63 personas. Se mantuvo a buen nivel poblacional en la dura primera mitad del siglo XX y habitaban el lugar 56 personas en el año 1950. Pero fue rápida su desaparición, ya que, debido a la emigración galopante, en 1974 quedó definitivamente vacío. Elías Rubio Marcos lo incluye en su libro
“Los pueblos del silencio”.