Había un molino, era de todo el pueblo, por una canaleta de madera, bajaba el agua que aportaba el modesto e irregular caudal del río, movía un pequeño rodete que a través de su eje, transmitía directamente su fuerza a la piedra moledora, era una molturación basta, suficiente para pienso, se molía por turno, había que estar toda una noche para moler cuatro sacos. Corría el año cincuenta y ocho. Que lejos soñaba.