¡Muchas gracias y felicitaciones por esta bonita poesìa, Antonio!
Lamento mucho el extraño terremoto que padecèis en el centro y parte sur de España. Espero que no haya vìctimas fatales.
Por aquì tenemos una ola de calor insoportable. Llegò a 34º la S. T.
¡Un abrazo para tì y familia y para los demàs amigos de este foro de Moncalvillo!
Lamento mucho el extraño terremoto que padecèis en el centro y parte sur de España. Espero que no haya vìctimas fatales.
Por aquì tenemos una ola de calor insoportable. Llegò a 34º la S. T.
¡Un abrazo para tì y familia y para los demàs amigos de este foro de Moncalvillo!
NOEMI, el terremoto ha sido más, el susto, que otras cosas. A nadie le hace gracia, pero la vida es así y, de vez en cuando, da estos sustos. A nosotros no nos ha llegado. Aquí no tenemos esa calor, pero si, muy buen tiempo.
Os dejo estas letrillas.
EL ARROYO FUE TESTIGO
No pude llevarla al río;
Solo tenemos arroyos.
Además no era casada;
Ni siquiera tenía novio.
Por caminos tortuosos,
Con jaras verdes a las veras,
Lleno de charcos con agua,
Y con frondosas praderas.
La lluvia, que no era lluvia;
Pues era un agua cernía.
Iba mojando su pelo,
Que de plata parecía.
El viento que era del norte;
Quería jugar con las jaras.
Yo le presté mi chaqueta,
Para que no se mojara.
El arroyo con sus juncos,
Y lleno de verdes zarzas,
Cantaba las cancioncillas,
Que hace el agua cuando pasa.
Puse mi mano en su pecho
Que como un potro saltaba
Ella agachó sus mejillas
Yo le levanté su cara
Le dije ¡qué guapa eres!
Con tu carita mojada.
Ella me dijo que gracias,
Con su rostro sonrojada.
Buscamos nuestro cobijo,
En la choza abandonada.
Y le encendí una candela;
Para que ella se secará.
Allí pasamos las horas;
Pocas palabras, sobraban.
Besos y abrazos, si había;
Entre llamas que alumbraban.
Le fui quitando la ropa;
Que la llevaba mojada.
Y se las iba secando;
Mientras ella me miraba.
Yo le entregué el corazón;
Ella su amor regalaba.
Le di un beso entre sus labios.
¡Dulces como miel estaban!
¡Vamos ya, que se hace tarde!
Me dijo, con voz cortada.
¡No te preocupes chiquilla!
Que de aquí al pueblo no hay nada.
La tarde se abrió de pronto;
Su ropa seca llevaba.
Allí quedó la candela;
Ya estaba casi apagada.
Nos miramos, la miré.
¡Qué guapa está la chavala!
Yo me enamoré de ella;
Solo con mirar su cara.
Otra vez por el camino;
Del arroyo hasta su casa.
El sol se dejaba ver;
Las nubes ya eran escasas.
Le cogí las margaritas;
De la vera del barranco.
Y con ellas hice un ramo;
Para aquel rostro tan blanco.
Con su sonrisa pagó;
Aquel sencillo trabajo.
¡Jamás he cobrado tanto!
En trabajos sin destajo.
A. E. I.
Os dejo estas letrillas.
EL ARROYO FUE TESTIGO
No pude llevarla al río;
Solo tenemos arroyos.
Además no era casada;
Ni siquiera tenía novio.
Por caminos tortuosos,
Con jaras verdes a las veras,
Lleno de charcos con agua,
Y con frondosas praderas.
La lluvia, que no era lluvia;
Pues era un agua cernía.
Iba mojando su pelo,
Que de plata parecía.
El viento que era del norte;
Quería jugar con las jaras.
Yo le presté mi chaqueta,
Para que no se mojara.
El arroyo con sus juncos,
Y lleno de verdes zarzas,
Cantaba las cancioncillas,
Que hace el agua cuando pasa.
Puse mi mano en su pecho
Que como un potro saltaba
Ella agachó sus mejillas
Yo le levanté su cara
Le dije ¡qué guapa eres!
Con tu carita mojada.
Ella me dijo que gracias,
Con su rostro sonrojada.
Buscamos nuestro cobijo,
En la choza abandonada.
Y le encendí una candela;
Para que ella se secará.
Allí pasamos las horas;
Pocas palabras, sobraban.
Besos y abrazos, si había;
Entre llamas que alumbraban.
Le fui quitando la ropa;
Que la llevaba mojada.
Y se las iba secando;
Mientras ella me miraba.
Yo le entregué el corazón;
Ella su amor regalaba.
Le di un beso entre sus labios.
¡Dulces como miel estaban!
¡Vamos ya, que se hace tarde!
Me dijo, con voz cortada.
¡No te preocupes chiquilla!
Que de aquí al pueblo no hay nada.
La tarde se abrió de pronto;
Su ropa seca llevaba.
Allí quedó la candela;
Ya estaba casi apagada.
Nos miramos, la miré.
¡Qué guapa está la chavala!
Yo me enamoré de ella;
Solo con mirar su cara.
Otra vez por el camino;
Del arroyo hasta su casa.
El sol se dejaba ver;
Las nubes ya eran escasas.
Le cogí las margaritas;
De la vera del barranco.
Y con ellas hice un ramo;
Para aquel rostro tan blanco.
Con su sonrisa pagó;
Aquel sencillo trabajo.
¡Jamás he cobrado tanto!
En trabajos sin destajo.
A. E. I.