Fruto de este prestigio fue su elección en repetidas ocasiones, como Cámara y Corte de los condes soberanos y reyes, ordenando aquí que sus restos descansaran el postrero sueño. En el momento de su fundación, año 1.011, el
Monasterio se verá habitado por monjas y monjes al unísono, tal y como ocurría en la
tradición visigótica. Doña Tigridia, la hija del conde fundador, regirá sus destinos hasta la reforma del 1.033, momento en el cual se introduce la regla benedictina, de la mano de don Sancho el Mayor de
Navarra.