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Palacio de los Condes de Miranda (foto antigua), PEÑARANDA DE DUERO

Este Palacio de los Condes de Miranda, también conocido por otros nombres, como Palacio de Avellaneda, o Palacio de los Zúñiga, es un palacio renacentista plateresco del siglo XVI. Se debe su construcción a Francisco de Zúñiga y Velasco, tercer conde de Miranda del Castaña, una rama menor de la Casa nobiliaria de los Zúñiga y que en Peñaranda instalaron su mayorazgo, primero con el castillo del siglo XV y más tarde este palacio. Pero el conjunto familiar no se puede entender correctamente si no se incluye la Iglesia Colegiata de Santa Ana, que se encuentra en frente a este palacio; y el Monasterio de Franciscanas Concepcionistas.
Con la transformación de Ducado al condado de Miranda, por orden de Felipe III, el palacio familiar vive su momento de mayor esplendor, con ampliaciones de las instalaciones y haciendo de Peñaranda de Duero una pequeña corte ducal, que aunque no llegara a la altura de las cortes ducales de Pastrana, Lerma o Medinaceli, supuso atraer a personajes y artistas del momento a este pueblo burgalés.
Tras asentarse la corte real definitivamente en Madrid, la vida palaciega fue bajando su importancia, haciendo que los mejores muebles, obras de arte y bienes se llevaran a otras residencias de la casa ducal; como una fuente, tallada en alabastro, que fue trasladada a Madrid.
Decadencia y restauración
Al igual que es castillo, su buena fábrica hizo que el paso del tiempo y el abandono no hicieran una gran daño a la construcción, pero el paso de los franceses no perdona. Unido a los malos administradores que permiten el expolio, hacen que casi se eche a perder. Incluso parece ser que se tanteó ser llevado, piedra a piedra, a norte América. Afortunadamente, en 1940 pasa a titularidad del estado y desde entonces ha ido efectuando obras de mantenimiento y restauración; aunque algunas de ellas, de dudosa calidad.
En la actualidad
Aunque la fachada principal se conserva en un gran estado, la zona de unión a la muralla, que debía contener un ala y unas galerías que daba a un jardín se han perdido y de esta parte solo se conserva una puerta barroca. En esta parte del solar se realizó la ampliación actual, que no deja de ser un feo, a nuestro entender, pegote, aunque una solución mejor igualmente es difícil de ejecutar.
Junto a las actuaciones en el palacio se llevaron a cabo labores de restauración en toda la plaza, especialmente en los edificios adosados a la muralla, que eran las casas del servicio de la corte ducal y de la Colegiata. Estas casas hoy albergan entre otros, La Posada Ducal; un hotel rural de 3 estrellas.
Interior y usos del palacio
El cuerpo principal está bastante bien conservado gracias a las intervenciones del siglo XX, especialmente todas aquellas que dan a la plaza. Aunque gran parte de los elementos ornamentales se perdieron, se han sustituido en su interior por réplicas.
Posiblemente, lo más bonito, que es el patio interior, donde se conservan elementos del gótico tardío y elementos renacentistas, está bastante bien conservado. En muchas salas existen yeserías y artesonados mudéjares de gran calidad. Una de las estancias más impresionantes es el Salón de Embajadores, presidido por una chimenea de estuco, sobre la que se abre una tribuna cerrada con celosía.