La esencia de
Pradoluengo se puede resumir en tres palabras: patrimonio, cultura y orgullo (en el buen sentido, claro). Tres conceptos capaces de converger sin problema aunque al mismo tiempo brillen por separado. Quizá no con la impronta de antaño por culpa de la despoblación, pero no cabe duda de que la villa textil burgalesa por excelencia mantiene intacto su cálido encanto.
Atrás quedaron los días de vino y rosas, de aquellas boinas y calcetines que pusieron en el
mapa a esta hermosa localidad bendecida por la
Sierra de la Demanda. La calidad de sus productos y el desarrollo de una potente industria situaron a Pradoluengo como referente nacional del sector a finales del siglo XIX. Se respiraba bonanza y nadie vaticinaba una estrepitosa crisis. ¿Les suena la película?
Si por algo se caracteriza este
pueblo es por su negativa a tirar la toalla. El pueblo llano, por supuesto. Cuando la pobreza llamaba a la
puerta, muchos jóvenes saltaron por la
ventana en dirección a América. Y muchos volvieron, años después, con un aspecto totalmente renovado. Se habían convertido en nuevos ricos, tenían dinero de sobra e invirtieron gran parte en
arquitectura.
Tras su regreso, Pradoluengo experimentó un gran cambio estético gracias a la construcción de numerosos
edificios y viviendas. El estilo indiano se impuso en el municipio y la variedad de gustos (barroco,
gótico, renacentista...) marcaron la pauta. El aspecto rural, típico de la vieja Castilla, aprendió a convivir con otras tendencias y el resultado, aparte de saltar a la vista, siempre encandila al visitante primerizo.
También estuvo la cultura, desde tiempos inmemoriales, muy presente en esta villa con aires riojanos y carácter marcadamente burgalés. Se cumple este año, precisamente, el 150 aniversario de la
Banda Municipal de
Música. La más veterana de la provincia, todavía en activo, con una larga, azarosa y a la vez entretenida trayectoria vital documentada por el historiador Juanjo Martín.
Al igual que con la industria, la dichosa crisis hizo mella en la agrupación. Los músicos y el
Ayuntamiento, en un constante tira y afloja durante décadas por cuestiones económicas, siempre tuvieron claro que el pueblo no podía vivir sin su Banda. El orgullo, extensible a todo lo que tiene que ver con Pradoluengo, nunca se ha perdido ni se perderá.
Lugares de interés hay unos cuantos, tanto dentro como fuera del casco urbano. Destaca la
iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, de corte neorrenacentista por fuera e influencias tanto góticas como barrocas, como si de pinceladas de Dios se tratase, en su interior. Tampoco hay que perder de vista la
Casa Consistorial, construida en 1843 y sometida a diferentes reformas hasta que el neoclásico, por influencia de los indianos que volvieron con los bolsillos llenos, se impuso a principios de la década de los 30.
Dejando atrás el núcleo poblacional para envolvernos en su espectacular
paisaje, existen multitud de rutas que conducen a enclaves y
pueblos de ensueño. El Pico
San Millán -con su Belén en la cumbre, por cierto-, las
cascadas de Altuzarra en
Santa Cruz del Valle Urbión o el
Pozo Negro de Fresneda son tan solo tres ejemplos de un amplio abanico de posibilidades.