¡Hace tanto tiempo! Y todavía sigo sien¬do la misma Margaret. Lo único
que envejecen son nuestras vidas. Donde estamos, los siglos sólo son
como segundos, y después de vivir mil vidas, nuestros ojos empiezan a
abrirse.
EUGENE O'NEILL
que envejecen son nuestras vidas. Donde estamos, los siglos sólo son
como segundos, y después de vivir mil vidas, nuestros ojos empiezan a
abrirse.
EUGENE O'NEILL
Y su dolor no remitía. Finalmente dio a luz a otro niño, y fue grande
la alegría del padre, que exclamaba: « ¡Un varón!»
Aquel día sólo él sintió ese júbilo.
La madre, postrada y abatida, estaba pálida y exánime... Lanzó de
repente un grito de angustia, pensando en el ausente, no en el recién
nacido...
« ¡Yace mi niño en la tumba y no estoy a su lado!»
Oye de nuevo la amada voz del difunto en boca del bebé que ahora tiene
en sus brazos:
«Soy yo, ¡pero no lo digas!», susurra mirándola a los ojos.
VICTOR HUGO
la alegría del padre, que exclamaba: « ¡Un varón!»
Aquel día sólo él sintió ese júbilo.
La madre, postrada y abatida, estaba pálida y exánime... Lanzó de
repente un grito de angustia, pensando en el ausente, no en el recién
nacido...
« ¡Yace mi niño en la tumba y no estoy a su lado!»
Oye de nuevo la amada voz del difunto en boca del bebé que ahora tiene
en sus brazos:
«Soy yo, ¡pero no lo digas!», susurra mirándola a los ojos.
VICTOR HUGO