Policromía del interior de la iglesia de Santa María, RIOSECO

Policromía del interior de la iglesia de Santa María de Rioseco.
El Monasterio de Santa María de Rioseco se encuentra a orillas del río Ebro, en el escondido Valle de Manzanedo, en Las Merindades de Burgos (España), a las puertas del parque natural del alto Ebro y el río Rudrón, a 10km de Villarcayo, 72km de Burgos, 94km de Bilbao y 105km de Santander. En 2008 entró en la lista Roja de Patrimonio, pero gracias al trabajo del colectivo Salvemos Rioseco y a sus innumerables acciones por consolidarlo, en octubre de 2018 consigue salir de esta triste lista. En 2019 fue nombrado por la Junta de Castilla y León Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento.
Historia
El monasterio Santa María de Rioseco estuvo habitado durante siglos por monjes blancos de la Orden del Císter, llamados así por su indumentaria, por contraposición a los monjes cluniacenses, conocidos como monjes negros.
Pero no siempre estuvo ubicado donde hoy lo contemplamos. Su primer establecimiento fue en Quintanajuar, entre Cernégula y Masa. En 1135, el rey Alfonso VII el emperador entregó el monasterio de Quintanajuar al monje Cristóbal, sobre el que los estudiosos no se ponen de acuerdo en si; era ya un monje blanco.
El rey Alfonso VIII deseaba pacificar la frontera de Castilla con Navarra, por eso les ofrece donaciones a los monjes de Quintanajuar, si se trasladan a San Cipriano Montes de Oca en, lugar en el que se instalan en 1184. Pero en Montes de Oca no les gusta vivir, motivo por el que en los años siguientes fueron adquiriendo -bien mediante donaciones o mediante compras- terrenos en el Valle de Manzanedo. Por ello en 1204, los monjes se mudan a localidad de Rioseco, sin comunicárselo al Capítulo General de y con el desagrado del rey. Por esta decisión el abad fue destituido.
Pero no se ubicaron en su actual localización al ser el terreno propiedad de los Velasco, señores de Medina de Pomar, sino junto a un arroyo que nace en Fuente Humorera y vierte sus aguas en el Ebro.
Con la compra del terreno a los Velasco, la disculpa de una inundación que “destruyó” el monasterio primitivo y el beneplácito, esta vez, del Capítulo General, se trasladaron en 1236 definitivamente al que sería su último y definitivo emplazamiento.
EL COTO REDONDO DE RIOSECO
Los monasterios cistercienses supusieron un incipiente renacimiento cultural por su proyección espiritual, inseparable de su proyecto de transformación político-social.
La comunidad cisterciense estaba perfectamente estratificada; convivían los monjes “oradores” o letrados y los legos o “conversos” que se ocupaban del trabajo en las granjas.
En sus mejores momentos Rioseco debió contar aproximadamente con una comunidad de 100 personas, de las que 25 serían monjes y el resto conversos, novicios y criados.
En el recinto monástico estaban las dependencias de los monjes y separadas de estas la hospedería -donde se alojaban los viajeros- y el hospital, donde se cuidaba de los enfermos pobres. Asimismo los monjes se ocupaban de los indigentes que acudían al monasterio en busca de limosna, comida o ropa.
Fuera del convento se encontraban las familias que trabajaban en las granjas, ventas, molinos, y batanes.
Las granjas, molinos, batanes y ventas que formaban el coto redondo del monasterio de Rioseco eran: las ventas de los Hocinos y Manzanedillo, los molinos de Congosto, Bailera, Tollo y Cueva de Manzanedo, parte del pueblo de Remolino y las granjas de, San Cristóbal, Retuerto, Robledo, Fuente Humorera y Casabal.
Es importante recordar que los monjes de Rioseco crearon una explotación agrícola modélica, imponiendo en el Valle de Manzanedo los cultivos de trigo, viñedos y lino. También introdujeron los frutales en el Valle.
Destacó su plan ganadero, de ahí la importancia para los monjes de prados y bosques. Su cabaña ganadera llegó a contar con 2.000 cabezas de ovejas y en el Catastro del Marqués de se recoge que en su coto redondo había 200 carneros, 16 vacas, 70 cabras, 31 chivos y 12 cerdos. La importancia de su plan hidráulico justifica la elección de situar el monasterio junto al río Ebro.
LOS SIGLOS XIX Y XX. ABANDONO Y EXPOLIO
El siglo XIX comenzó mal para el monasterio. Con la guerra de la Independencia Española, los soldados franceses embargaron gran parte de los granos que almacenaban en monjes fueron obligados a exclaustrarse desde 1809 hasta junio de 1814, fecha en la que, con la vuelta del absolutista Fernando VII a España pudieron regresar a Rioseco. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) fueron de nuevo exclaustrados y salieron a pública subasta algunas de las propiedades del monasterio. Tuvieron especial aceptación y buena venta los molinos. De nuevo una orden de Fernando VII tras el fin de la revuelta liberal les devolverá al monasterio.
En 1835 la ley desamortizadora de Mendizábal -que permitía la venta de los bienes monásticos- puso fin al monasterio, siendo su último abad, Julián Barbillo.
El 6 de noviembre de 1835 se procedió a la venta del monasterio. Años después, Francisco Arquiaga, comisario provincial de la subasta se quedó con él por el precio de salida, al no haber interés entre el público en adquirir este inmueble, pues, debido a las vicisitudes de los últimos años, se encontraba ya en ruinas.
Arquiaga, desde el primer momento cedió la iglesia al arzobispado de Burgos, convirtiéndose desde entonces en parroquia de las granjas del monasterio.
A partir de la desamortización, la desidia, el olvido y el expolio convirtieron poco a poco al que fue un hermoso monasterio en unas peligrosas ruinas, motivo por el que en la década de los cincuenta los nietos de su comprador donaron las ruinas del cenobio al arzobispado de Burgos, su actual propietario.
En la década de los sesenta la iglesia seguía en uso, prueba de ello es que en 1964 se celebró allí la última boda, la de Adelaida da Silva Rodríguez y Eduardo Peña Cuesta. Pero en la década de los setenta, poco a poco la iglesia inició su camino hacia la ruina y el olvido.