Gracias a los innumerables privilegios y donaciones que recibió, unido a la modélica explotación agropecuaria que la comunidad hizo de sus cotos adyacentes junto al río Ebro, el Monasterio de Rioseco llegó a ser entre finales del siglo XIII y durante todo el XIV uno de los cenobios más importantes de Castilla, llegando a albergar entre sus muros a aproximadamente cien almas entre monjes y legos.