Entre el
rio Ebro y la
sierra de
Leva, se conforma la zona del “Rojo”, agrestes alturas que delimitan el norte del
valle de
Manzanedo, un paraje singular caracterizado por un relieve de pequeñas parameras y estrechos
valles surcados por arroyos que descienden hasta dónde se remansa el Ebro.
Este recóndito valle ha estado históricamente poco poblado y aislado de las
vías principales de comunicación.
Zona en la que se han encontrado restos de distintos castros pertenecintes a la Edad de Hierro. Posteriormente se asentó una nutrida colonia eremitica que atrajo siglos después a los monjes cistercienses del ahora
pueblo desaparecido de Quintanajuar. Estos en 1170 construyeron en el lugar de
Rioseco un nuevo
monasterio y con ello la creación de nuevas poblaciones a su alrededor. Entre ellas se encontraba la minúscula aldea de
San Martín del Rojo.
El pueblo de San Martín del Rojo, o mejor dicho, lo que de el queda, vigilado desde lo alto por el modesto templo de la Asunción de Nuestra Señora, se encuentra en un alto y apartado lugar de la sierra del Rojo.
Un pueblo sin servicios, alejado de la civilización, con pocas expectativas de futuro para los jóvenes y con un grave problema de la falta de
agua, fueron las causas del abandono del mismo.
El pueblo fue prácticamente abandonado en la década de los sesenta del siglo pasado. Una despoblación rápida, emigraron los jóvenes y posteriormente arrastraron a los padres, y una venta de la mayor parte de las
fincas a un particular, se presentaron en los años setenta con una sola
familia de pastores en el pueblo.
Pese a agónicos intentos de recuperación al menos para uso estival, San Martin del Rojo murió con la desaparición de su último vecino, un pastor que lo habitó hasta su muerte en el año 2008.