El
monasterio de
San Pedro de Cardeña es una abadía trapense situada en el término municipal de
Castrillo del Val, a 10 km del centro de
Burgos. Actualmente, está considerado como BIC (Bien de Interés Cultural). Fue declarado
Monumento histórico-
artístico perteneciente al Tesoro Artístico Nacional mediante decreto de 3 de junio de 1.931
Historia
El monasterio se habrá fundado antes de 902 cuando el conde de Lantarón y de
Cerezo, Gonzalo Téllez y su esposa Flámula realizaron la primera donación documentada al cenobio el 24 de septiembre de ese año de una serna en Pedernales y unas eras de sal.
Santos mártires
En los siglos IX o X sus monjes fueron martirizados por los musulmanes, canonizados en 1603 y conocidos como los «Mártires de Cardeña». El monasterio gozaba de gran popularidad con gran afluencia de devotos, entre los que se encontraban el rey Felipe III de
España y su esposa la reina Doña Margarita de
Austria. Una de sus preciadas reliquias, la cabeza de su abad San Esteban, fue trasladada al Monasterio de Celanova; también se encuentran dos urnas en el Monasterio de la Huelgas y otra en la
Catedral de Burgos.
Cada año, el 6 de agosto, aniversario del martirio, la tierra del
claustro donde fueron sepultados los mártires, se teñía de un
color rojizo que parecía sangre. El milagroso prodigio, ampliamente testificado, se repite hasta finales del siglo XIV. El año 1674 ya una vez levantado el nuevo claustro de estilo herreriano se reprodujo el hecho, personándose el arzobispo Enrique de Peralta, que vivamente impresionado encargó un estudio, interviniendo médicos y teólogos. Recogió el líquido, coaguló al ser puesto en
agua hirviendo.
Durante la Guerra Civil Española se convirtió en un
campo de concentración franquista para prisioneros de guerra republicanos, fundamentalmente de las Brigadas Internacionales. Albergó a más de 4.000 prisioneros, cerrando sus
puertas en noviembre de 1939.
El 1 de febrero de 1967 un violento incendio destruyó las tres cuartas partes del monasterio, habitado desde 1942 por la abadía trapense de Nuestra Señora de los Mártires.
La prosperidad del monasterio en la época altomedieval se refleja en la calidad de su scriptorium, en el que el monje Endura realizó obras extraordinarias.
El Beato de San Pedro de Cardeña fue realizado entre los años 1175 y 1180, cuenta con 290 páginas y 51 miniaturas. 127 folios se encuentran en el
Museo Arqueológico Nacional de
Madrid, dos en la
Biblioteca Francisco de Zabálburu, también en Madrid (donde también se halla el Cartulario de San Pedro de Cardeña), uno en el Museo Diocesano de
Gerona y otros quince en el Museo Metropolitano de
Arte de Nueva York.
Edificio
Su edificación ha sufrido numerosas restauraciones, conviviendo así varios estilos. Son de destacar los siguientes elementos:
Torre cidiana
Robusto
campanario donde se alternan las diversas evoluciones del estilo
románico.
Desde la sala capitular, que data del siglo XIII, se divisa a través de grandes cristaleras el claustro románico, que data del siglo XII. Compuesto por arquería de medio punto sobre
columnas únicas que descansan sobre fustes robustos y coronadas de
capiteles que imitan el estilo corintio. Los
arcos recuerdan en su decoración a los de la mezquita de
Córdoba por su policromía, alternando los
colores blanco y rojo. En la pared izquierda se encuentran unas antiquísimas
piedras cuya inscripción recuerda el trágico suceso.
Iglesia
Para construir esta iglesia de tres naves se destruyó la
románica, aunque afortunadamente se salvó la torre, legítimo recuerdo cidiano. Reedificada en el siglo XVI, consta de tres naves, con una
capilla aneja, denominada capilla de El Cid, ya que allí fue enterrado, y permaneció antes de su traslado a la catedral de Burgos. La
fachada de la iglesia es de estilo barroco.
Panteón real
En el lateral derecho de la iglesia
gótica, se abre una capilla barroca que data de 1753 a la que fueron trasladados los restos del Cid Campeador y su esposa Jimena. En las paredes de esta estancia llamada «Capilla de los Héroes», hay 29 nichos con inscripciones de nombres de reyes y familiares del Cid. Conocido popularmente como «El Escorial burgalés» fue reedificado por el conde de Castilla García Fernández el de las Manos Blancas, que allí recibió sepultura. Según la
tradición, continúan allí los restos de los Jueces de Castilla (aunque históricamente no existieron); los hijos de Jimena Díaz y El Cid María Rodríguez, Cristina y Diego, muerto a temprana edad en Consuegra (
Toledo); Ramiro Sánchez de Pamplona, señor de Monzón (marido de Cristina Rodríguez, hija de El Cid) o Ramiro de
León, hijo de Alfonso I el Magno de
Asturias.
Lugar cidiano
Según el Cantar de mio Cid y las
tradiciones posteriores, antes de marchar al destierro, Rodrigo Díaz de Vivar dejó en San Pedro de Cardeña, al amparo del abad Sancho (que la crítica ha identificado con Sisebuto de Cardeña atribuyendo una confusión al autor del Cantar), a su esposa Doña Jimena y a sus hijas, aunque este hecho no está atestiguado por pruebas históricas. En el primer destierro de 1081, las propiedades de Rodrigo Díaz no le fueron enajenadas, y la
familia del Cid pudo seguir residiendo en sus
casas. En el segundo, de 1089, la familia fue presa por mandato de Alfonso VI en un
castillo, quizá Gormaz, para reunirse con el Campeador poco después.
El enterramiento del Cid en San Pedro de Cardeña no fue debido a la voluntad personal de Rodrigo Díaz. A su muerte en 1099 fue inhumado en la catedral de
Valencia, por lo que solo en 1102, tras tener que abandonar Jimena Díaz la
plaza levantina, fueron trasladados sus restos al cenobio cardeniense. Allí permaneció durante algunos años su cuerpo embalsamado y sentado en un escaño del presbiterio. Desde ese momento se generaron allí una serie de narraciones de carácter hagiográfico que hacia 1280 constituyeron un
corpus conocido como Leyenda de Cardeña cuyo propósito fue vincular al Cid con el monasterio de Cardeña, con el que en vida había tenido escasa relación. Estos materiales legendarios se incorporaron a la Versión sanchina de la Estoria de España o Crónica de veinte reyes, que puede datarse entre 1282 y 1284. En el siglo XIV el monasterio caradignense estimuló el culto a las reliquias cidianas, en cuyo contexto se redactó el Epitafio épico del Cid y, posiblemente, se encargara o elaborara, a partir de un ejemplar tomado en préstamo, el códice con la copia de 1325–1330 en el que se conserva el Cantar de mio Cid. En el claustro nuevo una lápida recuerda el lugar que ocupaba su sepulcro.