Y nos reunía a todos los niños, a los más pequeños, haciendo corro con él en medio junto a la pizarra, el encerado situado en un ricón de la escuela. Y con el puntero en la mano nos hacía repetir en voz alta la tabla de la multiplicación, las operaciones para la suma, la resta, la división... Con el puntero en la mano, digo, que no solo se detenía en la pizarra sino que en alguna ocasión se desviaba con golpe certero hacia quien, distraído o enfrascado en cuchicheos, no prestaba atención a sus explicaciones. Ese era su castigo, así trataba el bueno de don José al que no le prestaba atención, nunca al que no comprendía lo que él trataba de enseñar que, con infinita paciencia, repetía una y mi veces. Un buen hombre su tiempo que enseñaba lo que le estaba permitido.
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