Mis recuerdos infantiles me llevan allá hacia el año en que terminó nuestra vergonzosa guerra fratricida. Jugando con otros niños a los pies de este viejo palomar conocí por vez primera las olas del mar: ¡pero eran unas olas verdes, era el mar de Castilla! El viento solano mecía las espigas ya crecidas y producía un continuo balanceo desde el principio del sembrado hasta el final. Lustros más tarde conocí el mar azul, pero sus olas nunca dejaron de recordarme aquel mar verde de mis años infantiles, el mar de Castilla. En él buscaron su sustento mis mayores entre polvo, sudor y más de una lágrima. Hace ya muchos lustros que sus huesos descansan a la sombra de aquel humilde ciprés que se asoma por encima de las tapias del cementerio que se ve allá, al fondo. Honor a ellos y a todos los que, como ellos, nos enseñaron con su ejemplo lo recia que puede ser el alma castellana. Chindasvinto