Aún lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer. Yo, con seis o siete años, vivía en
Bustillo del Páramo con mis abuelos maternos. Éstos me enviaban a la cama como se enviaba entonces a los niños: apenas se había puesto el sol tras la cuesta que separa Bustillo de
Hormazuela. Hasta aquella habitación donde yo pasaba mis miedos a la soledad, al silencio y a la oscuridad hasta que caía vencido por el sueño, llegaba con frecuencia el amable tañido de la
campana de la
ermita: la ermita de
Barrio Solano.
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