En terreno llano, al pie de la falda de la
montaña que separa el
valle de las Caderechas del valle de Valdivieso, cercano al curso del
río Oca y la
vía del antiguo ferrocarril “Santander-Mediterráneo” y de la
carretera que lleva de Logroño a Santander, muy cerca de
Oña, encontramos lo que queda de
TAMAYO, a 28 km de Briviesca y 68 de
Burgos. Fue dado por desaparecido en 1968 al abandonarlo el último de sus habitantes. De hecho Elías Rubio Marcos
lo hace figurar en su libro: “Los
pueblos del silencio”, pero ha vuelto a tener vida en los últimos años del siglo XX.
Lo rodean, Oña, los
montes que lo separan del valle de Valdivieso, Herrera de las Caderechas,
Cantabrana,
Bentretea y
Terminón.
Su nombre aparecía escrito el 7 marzo de 993 en la documentación del
monasterio de
San Salvador de Oña y poco más tarde en el documento fundacional
del monasterio el 12 febrero de 1011.
El rey Alfonso VIII le concede fueros en 1194 y hay indicios de su pujanza en la Edad Media. Sus pobladores afirmaron en las respuestas generales del Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752 que era lugar de realengo, es decir, que gozaban de la `protección del rey, al que pagaban tributos.
A mediados del siglo XIX en 1848, Pascual Madoz le asigna 89 habitantes en su Diccionario geográfico. La movilidad de sus habitantes hizo que no
aumentara su población, como en otros lugares, a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y presentaba en 1900 un censo de 87 personas. La dura
primera mitad del siglo XX, unida a otras circunstancias, hicieron que ya en el año 1950 contase tan sólo con 15 habitantes. Sin embargo, después de su mencionada desaparición, vuelve a tener vida con la presencia de una
familia en el año 2000.