EL CAMINO
A menudo se acercaba a la ventana y los veía pasar. Se les notaba enseguida el entusiasmo, la alegría con que recibían el nuevo pueblo. No habían estado anteriormente, pero una vez puestos los pies en los umbrales, el mismo pueblo que indicaba en su ruta, que perseguían, que acariciaban desde la lejanía, lo tenían ante sí y ya no era un punto de la ruta, era algo real que podían contemplar, pisar, tocar.
Su esfuerzo se había multiplicado, justo antes de llegar, justo antes de traspasar los límites, y había merecido la pena.
Y no es que el lugar, en sí, fuese especial, no. Significaba uno más, curiosidad no les faltaba, podían completar los datos que ya se conocían pero sobre él. Pero lo verdaderamente importante, era que la meta soñada, cada día estaba más cerca.
Su futuro, lo presentía muy bien al verles. Por eso bajaba las escaleras, rápidamente y salía a su encuentro.
¿Sois peregrinos, verdad? decía el niño alborotado. Y tras el saludo, las preguntas que seguían siempre, invariablemente: la procedencia, si era la primera vez, el motivo que les impulsaba, y otros muchos detalles que completaban la curiosidad del muchacho.
Él, también iría alguna vez a Santiago de Compostela, como tantos que recorrían las calles de su pueblo a cualquier hora de la mañana, el mediodía o la tarde de un día cualquiera del año.
(continuará)
A menudo se acercaba a la ventana y los veía pasar. Se les notaba enseguida el entusiasmo, la alegría con que recibían el nuevo pueblo. No habían estado anteriormente, pero una vez puestos los pies en los umbrales, el mismo pueblo que indicaba en su ruta, que perseguían, que acariciaban desde la lejanía, lo tenían ante sí y ya no era un punto de la ruta, era algo real que podían contemplar, pisar, tocar.
Su esfuerzo se había multiplicado, justo antes de llegar, justo antes de traspasar los límites, y había merecido la pena.
Y no es que el lugar, en sí, fuese especial, no. Significaba uno más, curiosidad no les faltaba, podían completar los datos que ya se conocían pero sobre él. Pero lo verdaderamente importante, era que la meta soñada, cada día estaba más cerca.
Su futuro, lo presentía muy bien al verles. Por eso bajaba las escaleras, rápidamente y salía a su encuentro.
¿Sois peregrinos, verdad? decía el niño alborotado. Y tras el saludo, las preguntas que seguían siempre, invariablemente: la procedencia, si era la primera vez, el motivo que les impulsaba, y otros muchos detalles que completaban la curiosidad del muchacho.
Él, también iría alguna vez a Santiago de Compostela, como tantos que recorrían las calles de su pueblo a cualquier hora de la mañana, el mediodía o la tarde de un día cualquiera del año.
(continuará)
EL CAMINO (segunda parte)
El ambiente era propicio para alentarle en su persecución. Sabía que el camino lo era todo para ellos. En él encontraban lo que necesitaban, y muchos de ellos habían encontrado en le su propio destino.
Unas veces les empujaba a armarse de valor y ponerse en marcha, otras; su propia indecisión les guiaba; creían, o pasaban de todo, menos de conocer las realidades de los demás.
Lo que más le gustaba de los peregrinos era que sabían adonde iban, se les notaba enseguida, y no importaba lo cansados que viniesen, que siempre atendían a sus preguntas.
En cuanto concluían las presentaciones, Alfonso, los conducía a su casa. Les daba algún refresco, y a cambio, su imaginación volaba en la dirección de los acontecimientos que oía. Después de entregarles alguna fruslería les indicaba el camino del albergue, y si su madre se lo permitía, les acompañaba y les iba poniendo en antecedentes.
- Ella, Eva, pasó por aquí como vosotros, hoy. Y es, desde hace muchos años hospitalera aquí.
No se sabía bien de qué huía, pero su mirada estaba confusa. Cuando le preguntaba Alfonso, apenas si recibía una respuesta, pero como nunca aceptaba una negativa; volvía a insistir, y en eso era muy perseverante. El chico había nacido en el camino, y peregrinos y caminantes, nunca pasaban desapercibidos para él, desde muy niño.
En su casa tenía montones y montones de postales que recibía a petición del chaval. Cuando les despedía, les decía cuánto le gustaría recibir una postal a la llegada a la Catedral. Así el cartero visitaba su casa muy a menudo con misivas llegadas de todo el mundo.
Fin
El ambiente era propicio para alentarle en su persecución. Sabía que el camino lo era todo para ellos. En él encontraban lo que necesitaban, y muchos de ellos habían encontrado en le su propio destino.
Unas veces les empujaba a armarse de valor y ponerse en marcha, otras; su propia indecisión les guiaba; creían, o pasaban de todo, menos de conocer las realidades de los demás.
Lo que más le gustaba de los peregrinos era que sabían adonde iban, se les notaba enseguida, y no importaba lo cansados que viniesen, que siempre atendían a sus preguntas.
En cuanto concluían las presentaciones, Alfonso, los conducía a su casa. Les daba algún refresco, y a cambio, su imaginación volaba en la dirección de los acontecimientos que oía. Después de entregarles alguna fruslería les indicaba el camino del albergue, y si su madre se lo permitía, les acompañaba y les iba poniendo en antecedentes.
- Ella, Eva, pasó por aquí como vosotros, hoy. Y es, desde hace muchos años hospitalera aquí.
No se sabía bien de qué huía, pero su mirada estaba confusa. Cuando le preguntaba Alfonso, apenas si recibía una respuesta, pero como nunca aceptaba una negativa; volvía a insistir, y en eso era muy perseverante. El chico había nacido en el camino, y peregrinos y caminantes, nunca pasaban desapercibidos para él, desde muy niño.
En su casa tenía montones y montones de postales que recibía a petición del chaval. Cuando les despedía, les decía cuánto le gustaría recibir una postal a la llegada a la Catedral. Así el cartero visitaba su casa muy a menudo con misivas llegadas de todo el mundo.
Fin