TARDAJOS: Otros rondaba una versión próxima: Se arrimaban a creer...

Otros rondaba una versión próxima: Se arrimaban a creer que había sido un aparecido y exponían sus motivos para ello: Nadie en ninguno de los pueblos anteriores había visto pasar al romero, y sus señas no eran de un hombre que pudiera pasar desapercibido: bien formado, joven aún, con algo de mar en las espaldas, barba de hermosísimo color castaño, sayal y esclavina blancos, amarilleando por el sol y el polvo del camino. Bordón torneado y pequeña calabaza brillaba y hacía cerrar los ojos a quienes coincidían con sus rayos. Las sandalias del peregrino eran como la de San Pedro y su profunda mirada no se perdía nunca.

La primera vez que apareció ante la gente del pueblo fue en el centro de la calle Mayor, cerca de la iglesia, sentado en un poyo de piedra que rodeaba la olma y apoyado en el bordón. Sonreía, parecía cansado, y no pedía nada. Todos se preguntaban:

- ¿Cómo ha llegado este peregrino?

Y nadie sabía responder.

- ¿De dónde será?, parece extranjero.

- Lo que parece es un Santiago.

-Si es bello como un Santiago, de los que van andando, no de los que van a caballo atropellando moros - confirmó una señora.

- Este hombre no ha debido venir por el camino. Pero tampoco por el monte: se le habría visto llegar mucho tiempo antes si hubiera seguido el camino francés.

Ante la falta de explicaciones lógicas de la arribada del peregrino, comenzó por el pueblo a tejerse la suposición de que era " a modo de un aparecido". La idea acabó por tomar cuerpo cuando dos vecinos, partidarios de la presencia sobrenatural del romero, discutían empecinados, y acertó a terciar en la discusión otro vecino con su argumento que convenció a todos:

- ¿Os habéis dado cuenta de qeu la tarde en que se nos apareció el peregrino no ladró ningún perro? - añadiendo- ¿Cuándo se ha visto que se acerque un peregrino a Talancedo y no salgan los perros a ladrarlo...?

El argumento era en extremo convincente. Los perros odiaban a los peregrinos y creían hacer un acto meritorio saliendo a ladrarlos. Y en esta ocasión ni el más quisquilloso de los gozques había denunciado la llegada del hombre que sonreía sentado a la sombra de la olma aledaña a la iglesia.