LA LEYENDA DEL PEREGRINO DE LA CALABAZA DE ORO (II)
por Pablo Arribas Briones, que fue galardonado con el premio "Vieiragrino" por esta fabulosa leyenda.
Alguien vio que la sirena del capitel del que arranca la primera archivolta de la puerta de acceso a la iglesia de Talancedo había perdido su belleza: la de las manos se le acababan de desprender el espejo y el pez que sostenían, y un rictus amargo, que aún conserva, refleja la desesperanza dantesca, el "lasciagte ogni speranza, voy ch'intrate" de los que no acertaron a seguir su senda guiados por el pensamiento del poeta: "e il cammino precorso per ritrovare la veritá".
Por el pueblo se continuó hablando durante mucho tiempo del romero prodigioso. Cuando se indagaba por lo que había ocurrido, sólo el tonto acertaba a dar una versión:
"Nada que se equivocó de camino y no supo volver a su casa".
Para dar testimonio de esta historia, además del recuerdo vivo en un convento de monjas y los más viejos del pueblo, aún queda en su relicario la calabaza de oro. Ésta, tras su venta, siguió un azaroso viaje por tierras y compradores - descrito de manera inusual en las dos hojas arrancadas del libro inventario-, yendo a parar a manos del muy noble don Juan Fernández de Velasco. Se sabe que anduvo la áurea calabaza, durante aquel tiempo, de cambios y trajines, metida en sospechosas liturgias angélico-demoníacas; pero eran tiempos en los que aún calentaban las hogueras de la Inquisición.
Al último dueño le comenzó a quemar la reliquia en la mano; la discreta prudencia se impuso a la curiosidad y acabó, con cierta premura, siendo obsequiada al muy poderoso Duque de Lerma que la reintegró al lugar de su hallazgo, donándola al convento de las Madres Clarisas.
En el relicario donde se conserva reza: "Contiene gotas de leche de la Santísima Virgen María".
¿Qué pasará cuando un hombre derrame la leche de la esposa del demonio?.. Se dejó ganar por la duda. Hubo un momento en que se inclinó por creer que no merecía la pena ir a Roma, como era su propósito, para que el Santo Padre intercediera ante Dios Padre en favor de la sirena; lo que nunca tan siquiera había intentado ningún cristiano.
"No creerán lo de la calabaza, aunque se la enseñe, ni menos aún lo de su historia y contenido. Y, sobre todo- pensó- ¿para qué intentar remediar las desgracias de las sirenas, su imposible reconciliación, cuando quedan por enmendar tantas desventuras de los hombres?..."
Se recostó contra la vieja olma, y, como aquel que se abandona orinando, dejó abierta la calabaza de oro y la leche se derramó en la tierra, salpicando a las chiribitas que chispeaban en desigual competencia con las estrellas del cielo arracimadas en la Vía Láctea.
Al reemprender la marcha, al salir por las tenadas del del monte de Talancedo, por donde no pasa el Camino, los mastines acometieron al peregrino. Los pastores se lo encontraron muerto.
Fue enterrado como romero al día siguiente, de acuerdo con la hermandad del Camino, ejercida desde siempre por los hermanos de la cofradía de Santiago y Santa Catalina, santos siempre juntos, dialogantes, en una misteriosa unión que ni los más estudiosos en horas de ahora han alcanzado a develar: un cuadro de Lorenzo Lotto, en el que se ve a esta pareja mística en sacra conservación, remataba la calle central de Talancedo. Gruesos velones de cera virgen alumbraban el cuerpo destrozado del anónimo peregrino, la calabaza de oro reposaba entre los ornamentos en la sacristía.
Con su venta se pagarían los gastos del entierro.
FIN
por Pablo Arribas Briones, que fue galardonado con el premio "Vieiragrino" por esta fabulosa leyenda.
Alguien vio que la sirena del capitel del que arranca la primera archivolta de la puerta de acceso a la iglesia de Talancedo había perdido su belleza: la de las manos se le acababan de desprender el espejo y el pez que sostenían, y un rictus amargo, que aún conserva, refleja la desesperanza dantesca, el "lasciagte ogni speranza, voy ch'intrate" de los que no acertaron a seguir su senda guiados por el pensamiento del poeta: "e il cammino precorso per ritrovare la veritá".
Por el pueblo se continuó hablando durante mucho tiempo del romero prodigioso. Cuando se indagaba por lo que había ocurrido, sólo el tonto acertaba a dar una versión:
"Nada que se equivocó de camino y no supo volver a su casa".
Para dar testimonio de esta historia, además del recuerdo vivo en un convento de monjas y los más viejos del pueblo, aún queda en su relicario la calabaza de oro. Ésta, tras su venta, siguió un azaroso viaje por tierras y compradores - descrito de manera inusual en las dos hojas arrancadas del libro inventario-, yendo a parar a manos del muy noble don Juan Fernández de Velasco. Se sabe que anduvo la áurea calabaza, durante aquel tiempo, de cambios y trajines, metida en sospechosas liturgias angélico-demoníacas; pero eran tiempos en los que aún calentaban las hogueras de la Inquisición.
Al último dueño le comenzó a quemar la reliquia en la mano; la discreta prudencia se impuso a la curiosidad y acabó, con cierta premura, siendo obsequiada al muy poderoso Duque de Lerma que la reintegró al lugar de su hallazgo, donándola al convento de las Madres Clarisas.
En el relicario donde se conserva reza: "Contiene gotas de leche de la Santísima Virgen María".
¿Qué pasará cuando un hombre derrame la leche de la esposa del demonio?.. Se dejó ganar por la duda. Hubo un momento en que se inclinó por creer que no merecía la pena ir a Roma, como era su propósito, para que el Santo Padre intercediera ante Dios Padre en favor de la sirena; lo que nunca tan siquiera había intentado ningún cristiano.
"No creerán lo de la calabaza, aunque se la enseñe, ni menos aún lo de su historia y contenido. Y, sobre todo- pensó- ¿para qué intentar remediar las desgracias de las sirenas, su imposible reconciliación, cuando quedan por enmendar tantas desventuras de los hombres?..."
Se recostó contra la vieja olma, y, como aquel que se abandona orinando, dejó abierta la calabaza de oro y la leche se derramó en la tierra, salpicando a las chiribitas que chispeaban en desigual competencia con las estrellas del cielo arracimadas en la Vía Láctea.
Al reemprender la marcha, al salir por las tenadas del del monte de Talancedo, por donde no pasa el Camino, los mastines acometieron al peregrino. Los pastores se lo encontraron muerto.
Fue enterrado como romero al día siguiente, de acuerdo con la hermandad del Camino, ejercida desde siempre por los hermanos de la cofradía de Santiago y Santa Catalina, santos siempre juntos, dialogantes, en una misteriosa unión que ni los más estudiosos en horas de ahora han alcanzado a develar: un cuadro de Lorenzo Lotto, en el que se ve a esta pareja mística en sacra conservación, remataba la calle central de Talancedo. Gruesos velones de cera virgen alumbraban el cuerpo destrozado del anónimo peregrino, la calabaza de oro reposaba entre los ornamentos en la sacristía.
Con su venta se pagarían los gastos del entierro.
FIN