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HISTORIA DE LOS SAGRADOS CORAZONES

La fundación de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, SS. CC. se enmarcó en la época de la Revolución Francesa. José María Coudrin, un francés nacido en Coursay-les-Bois, era sólo un diácono cuando se inició la persecución contra la clerecía, que dispersó a los estudiantes del seminario de Poitiers, donde él estudiaba. Sabiendo que el cardenal de Bonald, obispo de Clermont, estaba en París, José María se dirigió a dicha ciudad y el 4 de marzo de 1792 tomó los hábitos en el Seminario Irlandés. La ordenación tuvo lugar en la librería, debido a que los revolucionarios invadieron la capilla.

Luego de la ordenación sacerdotal, José María volvió a su ciudad natal, pero la violencia de las persecuciones lo obligaron muy pronto a esconderse en cualquier lugar. En mayo del mismo año, en medio de una nación en desorden y en contra de los líderes católicos, el padre Coudrin se escondió por seis meses en el desván del granero del castillo de la Motte d'Usseau, un pueblo cercano a Poitiers, siendo el granjero un primo suyo, y los propietarios del castillo unos conocidos. Disfrazado, trabajó en la diócesis de Poitiers y Tours. Al principio, se dejaba ver por el pueblo. Por razones de seguridad, su primo y él salieron a caballo una noche fingiendo que se marchaban; luego, aprovechando la oscuridad, retornaron sin ser vistos. Así vivió todos esos meses que él definió como una «honda experiencia» de Dios en la oración, de larga reflexión al hilo de la lectura de la historia de la Iglesia y las noticias parciales que a través de su primo le iban llegando de cómo discurrían los acontecimientos revolucionarios.

Durante este período de vida, este joven de veinticuatro años dedicó todo su tiempo a las labores espirituales. En este contexto, ya varios meses encerrado, vivió lo que él definió como una "visión" donde se sintió llamado a poner en marcha una nueva comunidad de misioneros, hombres y mujeres. Lo describió así:

"Un día, vuelto a mi granero, después de haber dicho la misa, me arrodillé Junto al corporal en que yo creía tener siempre el Santísimo Sacramento. Vi entonces lo que somos ahora. Me pareció que estábamos varios reunidos; formábamos un grupo grande de misioneros que debía llevar el Evangelio a todas partes. Mientras pensaba, pues, en esta sociedad de misioneros, me vino también la idea de una sociedad de mujeres (...) Yo me decía (...), habrá una sociedad de mujeres piadosas que cuidarán de nuestros asuntos mientras nosotros estemos en misión (...)".