EL PASEO DEL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA POR TIERRAS BURGALESAS DE LA MANO DE MARÍA LUISA TOBAR, ACADÉMICA CORRESPONDIENTE DE LA “FERNÁN GONZÁLEZ “ DE BURGOS
María Luisa Tobar, académica correspondiente de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, nos llevó de paseo por las tierras burgalesas de la mano de un Don Quijote burgalés, de la pluma del autor madrileño José Martínez Rives, que firmaba con el seudónimo de” El Caballero de la Triste Figura”. Se atrevió a contravenir al mismo Cervantes al traerle a Castilla y León, ya que el alcalaíno así lo dejó estipulado al concluir la segunda parte. Que no osara acudir a la otra Castilla, fue su advertencia; más José Martínez Rives no le hizo ni caso, despertando al manchego en otras tierras y tres siglos más tarde; totalmente desorientado y a la entrada de las Cuevas de Atapuerca donde renacería, loco de remate, ávido de aventuras y desventuras, como era su condición cervantina de todos los tiempos; desentrañando y aprendiendo esta vez los nuevos retos de aquel Burgos romántico que veía por sus llanuras, montes y collados, los trenes, los globos aerostáticos, las fábricas de olorosa cerveza en monasterios góticos, ya en ruinas, y los palacios habitados por hadas, princesas y hechiceros. Como siempre, empeñados en agraviarle e incitarle a destripar todo aquello que se ponía frente a él ya que atentaba contra su integridad moral aunque el físico peligrara en grado sumo.
María Luisa Tobar, académica correspondiente de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, nos llevó de paseo por las tierras burgalesas de la mano de un Don Quijote burgalés, de la pluma del autor madrileño José Martínez Rives, que firmaba con el seudónimo de” El Caballero de la Triste Figura”. Se atrevió a contravenir al mismo Cervantes al traerle a Castilla y León, ya que el alcalaíno así lo dejó estipulado al concluir la segunda parte. Que no osara acudir a la otra Castilla, fue su advertencia; más José Martínez Rives no le hizo ni caso, despertando al manchego en otras tierras y tres siglos más tarde; totalmente desorientado y a la entrada de las Cuevas de Atapuerca donde renacería, loco de remate, ávido de aventuras y desventuras, como era su condición cervantina de todos los tiempos; desentrañando y aprendiendo esta vez los nuevos retos de aquel Burgos romántico que veía por sus llanuras, montes y collados, los trenes, los globos aerostáticos, las fábricas de olorosa cerveza en monasterios góticos, ya en ruinas, y los palacios habitados por hadas, princesas y hechiceros. Como siempre, empeñados en agraviarle e incitarle a destripar todo aquello que se ponía frente a él ya que atentaba contra su integridad moral aunque el físico peligrara en grado sumo.