Todavía se necesita más tiempo pues la sal les deja un poco lelos. Y cuesta que vuelvan a sacar sus pequeñas antenitas. Confiados salen de nuevo. Luego al agua, suave, suave, sin variar mucho la temperatura y de manera gradual, hasta que ya están medio adormilados y es el momento de la cocción final. No hay remedio para ellos ni vuelta de hoja. Delicias castellanas, que gentes que conozco de otras comunidades no aprecian. A algunas, les dan asco. A mi no porque siempre jugaba con ellos en cuanto dejaba de llover, y menudas carreras de caracoles por la plaza de Ciruelos del Pinar. Los cogíamos en las huertas de mis amigas, y los llevábamos en hojas de lechuga. Esos sí que fueron felices, porque luego nos daba pena y les llevábamos de nuevo a sus huertas.